Un correo que no llegó

Un ligero movimiento del avión hace que Oliver despierte. Iba de brazos cruzados y con la cabeza descansando en una almohada. Abre los ojos y poco a poco va retomando la conciencia. Ve que ya se llevaron el plato de la comida, pero la bandeja quedó baja. La sube. La señal del cinturón está puesta, después entra la voz de la aeromoza que dice:

— Estimados pasajeros, favor de abrochar sus cinturones pues estamos comenzando el descenso a la ciudad de Santo Domingo.

Oliver abrió más los ojos y estiró sus brazos como pudo. Levantó la ventanilla y le dio de lleno la luz de la mañana. Había tomado el avión de las 12 de la noche y estaba llegando al amanecer, había volado casi todo el trayecto dormido. Vio abajo y apreció el mar caribe y frente al avión estaba la isla de República Dominicana. Había dormido durante el vuelo aunque casi no había podido dormir bien últimamente, le deba tres, cuatro o cinco vueltas a todos los detalles de su pasado. Le faltó tiempo para dormir pero ya tenía que despertar. Venía a Santo Domingo a una feria del libro, en el que presentaría su novela y daría alguna plática con público.

Las ferias del libro son divertidas, pero no esperaba demasiado de esta. Quería si acaso, conocer un lugar nuevo y ver a alguien conocido del gremio, alguna estrella. Esperaba su maleta y veía alrededor, un hombre de traje que hablaba por teléfono de repente volteó a verle, sonrió y saludó. Oliver juraría que hasta hizo un gesto afirmativo con el pulgar. Confundido, Oliver volteó a ver a su lado, pensando que le hablaba a alguien más. Viendo que no había nadie que respondiera volteó a ver a aquel hombre, pero ya se había volteado a otro lado y seguía hablando por teléfono. Oliver esperó su maleta, pensó que aquel hombre seguro lo confundió con alguien más.

A la puerta del aeropuerto contrató un taxi para que lo llevara a su hotel. Puso la maleta en la cajuela y le dio la dirección al taxista. Se sentó atrás recostándose un poco en el asiento, pues tenía algo de sueño. El taxi avanzaba por la ciudad colonial que Oliver desconocía, pero que ofrecía un atractivo particular. Edificios antiguos pero bien conservados y restaurados. Mientras tanto, se escuchaba en la radio “All by myself” de Eric Carmen. Esa canción le gustaba mucho a Oliver, tanto así que le pidió al taxista que le subiera el volumen. El taxista accedió. Al ver como cerraba los ojos Oliver y disfrutaba la melodía le dijo:

— Está buena la canción ¿eh?

— Si, la disfruto bastante.

— Oiga, pero ¿qué dice? que no entiendo inglés.

— Pues alguien que no quiere estar solo.

— Aah, está bueno el mensaje ¿eh? ¿o qué piensa?

— Sí, supongo, es muy melancólica.

— Sí, algo, pero un poco jocosa también.

Oliver no entendió, pero siguió escuchando en silencio. La canción terminó y empezó “If you leave me now” por Chicago.

— Esa también está buena ¿no?– dijo el taxista.

— Aah si, me gusta, más o menos del estilo ¿no cree?

— Si, claro, oiga creo que ya le estoy entendiendo al inglés.

— No me diga, ¿con dos canciones?

— Pues puede ser, está difícil ¿no?

— Hay que estudiar, como todo.

— Así es. Bueno, ya llegamos. Oliver se apeó y bajó la maleta de la cajuela.

Hizo el check-in sin complicaciones. Pasó la mañana y la tarde deambulando por la ciudad, el siguiente día sería el comienzo de la feria del libro.

Por la noche, compró una botella de vino tinto, el cual disfrutaba bastante y rentó una película por streaming. La película era sobre una chica que se va a estudiar a otro país y debe adaptarse a la vida en ese nuevo lugar. Se tomó media botella y dejó el resto para otro día.

A la mañana siguiente llegó puntual al centro de convenciones donde se llevaría a cabo la feria del libro. Se registró y encontró su gafete con su nombre. Vio a varios conocidos de vista. Empezó la inauguration. Todo bien, deambulaba sin rumbo fijo hasta que se encontró a su amigo de otros eventos literarios, Carmelo. Se saludaron y quedaron de verse a la hora de la comida. Mientras comían esta fue parte de la conversación:

— Te lo digo Oli, yo creo que Shakespeare era otra persona y que le pasaba todas las obras a una cara pública. ¿Cómo alguien sin los antecedentes adecuados pudo escribir algo tan bueno y elegante?

— Oh que la canción, es la centésima vez que oigo esto. Mira, hay dos grandes razones por la que no es verdad dicha teoría conspirativa, uno: porque hay registros históricos de la persona William Shakespeare, que era un autor y actor ya reconocido en su tiempo. Así como su biografía intelectual, siempre usa el autor extractos de lo que ha vivido y leído. Dos: porque el que lo escribió no sabría el valor de lo que escribía, por lo que seguramente no sabía del tema. Y si lo sabía, que buena onda que le pasen unas obras tan buenas así sin reconocimiento. Además el mismo Shakespeare lo sabía y habla al respecto en un soneto.

— ¿Cuál era?

— No te voy a decir, porque para empezar no me acuertdo y luego para que hagas la tarea carnal.

— Oye, pero da miedo la fama.

— ¿Pero crees que un cobarde escribiría “Once more unto the breach, dear friends, once more…”?

— Buen punto.

Después la conversación siguió por otros derroteros. Al terminar de comer se fue cada quién por su lado. Quedaron de verse para comer al día siguiente. A Oliver no le tocaría hablar sino hasta el siguiente día, por lo que hoy tenía la tarde libre. Deambuló sin rumbo viendo libros. Intentó entablar conversación con algunos editores y demás personal, sin embargo los notó un tanto distantes. No se ofendió al respecto, la verdad Oliver no se veía como una estrella a la que se le debiera alguna especial deferencia. Su meta como escritor era llegar a ser una voz interesante. No anhelaba ser un gran nombre, lo veía un tanto inverosímil. Pensaba en escritores conocidos, como José María Eschalot, a quién no solo él sino los premios consideraban como el mejor escritor de su generación. Él (Eschalot) posiblemente tuviera oportunidad de llegar a ese Olimpo de los grandes escritores. Pensaba también en la premiación de la feria, había inscrito su novela, pero no esperaba ganar nada, recordaba como habían tratado los jueces a Eschalot en esta feria previamente y no veía oportunidad para su novela. La había medito como un ejercicio tramitológico. Con estas cavilaciones regresó a su hotel, abrió la novela que estaba leyendo y se tomó el resto de la botella de vino.

Al día siguiente volvió a la feria del libro por la mañana. Veía los puestos de distintas editoriales. Compró algunos libros que le interesaban. Su ponencoa sería por la tarde, después de la hora de la comida. Para comer se encontró nuevamente con Carmelo.

— Hola Oli, ¿todo bien? ¿Qué has visto?

— Lo de siempre, editoriales interesantes y escritores.

— Oh, ¿algún escritor interesante?

— No realmente.

— Bueno, pues aquí en frente tienes al Marcel Proust de nuestra generación– dijo Carmelo apuntándose con el pulgar.

— ¿A poco? Solo lo dices porque te gusta la salchicha.

— Oye, oye, mucho cuidadito, que Proust era francés, no alemán.

— Oh, perdóname señorita intelectual.

— Mmm, okey, pero tienes que tener cuidado con esas distinciones querido Oli, a gente es brava.

— Ya lo se, tan ingenuo no soy.

— Bueno, y ¿estás listo para tu ponencia?

Entonces el semblante de Oliver cambió de jocoso y bromista a serio y circunspecto. Dejó de ver a Carmelo y se puso a ver la bandeja de la comida y a jugar un poco con la misma.

— Pues si, supongo, me se el libro, yo lo escribí.

— Pero no te ves muy contento Oli cariño, ¿todo bien?

— Si si, solo que a veces me hago ilusiones, ya sabes, de grandeza y luego recuerdo que debo tener los pies en la tierra.

— Pero Oli, lo has hecho bastante bien, tu novela está muy buena, créeme. Si no lo estuviera te lo diría.

— Gracias gracias, es que, a veces quiero evitarme tener que hablar en público.

— Eso es lo de menos, lo harás bien, te lo aseguro. Te daré ánimo desde la audiencia.

Terminaron de comer juntos y se pararon. Carmelo fue a ver libros y Oliver se preparó para su conversación en vivo. Le pusieron un micrófono, el aparato colgando de la oreja, conectado con un cable. Comenzó la presentación del libro y la charla. El presentador comenzó por hacer un perfil biográfico de Oliver, lo que no le encantaba (a Oliver) pues consideraba que tenía una vida poco interesante, muy normal. Después el presentador prosiguió a meterse en materia del libro. Le hizo preguntas concisas, se notaba que había leído el texto.

La entrevista siguió su curso natural. Llegó la conversación al punto en que el presentador se puso a hablar de algunos grandes autores, de como se parecían sus estilos. Así también se puso a hablar del poder que tiene la literatura para hacernos imaginar mejores futuros y para hablarnos de manera contundente y convincente. Oliver, por su parte no sabía si ese comentario era una indirecta para él y en caso de que lo fuera no sabía si era un elogio o una humillación. Un sentimiento amargo le recorrió el cuerpo y se le acumuló en el estómago. Se quedó pensando pero no pudo atender al presentador. Estuvo un par de minutos así, hasta que decidió dejar el tema para después. El presentador, que había hecho tiempo con un monólogo improvisado notó entonces a Oliver más presente. Siguió haciendo preguntas sobre sus opiniones del mundo actual a lo cual Oliver respondió de manera activa, pues le gustaba dar su opinión sobre todo. Volteando, entre el público pudo ver a Carmelo quien lo veía contento y le hizo un gesto afirmativo cuando cruzaron miradas. No solamente le gustaba expresar su forma de ver las cosas, sino que le gustaba que se le entendiera: le gustaba explicar y que quedara claro lo que explicaba. Siguieron así por una hora, que fue lo que más o menos duró la entrevista. A Oliver le sorprendió que hubiera hablado por tanto tiempo. Así también le sorprendió el aplauso y la ovación que recibió al final de la entrevista, algo que definitivamente no esperaba.

Después de bajarse del escenario y saludar a mucha gente y tomarse fotografías regresó al hotel, ya era de noche cuando llegó. Vio un rato la televisión, leyó un rato el libro que estaba leyendo, aún así no podía concentrarse en algo específico por mucho rato. Quería averiguar si aquello que le había dicho el presentador era un halago, un insulto o que era. Repetía las palabras, recordaba las expresiones faciales, el lenguaje corporal era importante. Al momento en que llegaba a una conclusión y tenía la certeza volvía la duda sigilosa y lo seducía la posición contraria. Estuvo así pensando y dándole vueltas al asunto casi toda la noche, se durmió a las 3:30 de la madrugada.

Al día siguiente el sol le despertó al pegarle de lleno en la cara. Eran las 7:30 de la mañana. Hoy seguía la feria del libro pero no estaba de humor para aguantar el ambiente que suele gestarse. Aquel ambiente lo motivaba, pero podía ser muy enrarecido y poco agradable a veces. No, hoy se quedaría a disfrutar del hotel. Notó algo raro desde que fue a desayunar al restaurante del hotel, el personal lo trataba con extrema deferencia. Mientras desayunaba solo cavilaba en que seguramente querían ganarse una buena propina. Normal, al pagar la cuenta dejó el 15% de propina, lo cual es más que el 10% que acostumbraba dejar. Después subió a cambiarse y bajó con una toalla a la alberca. Llevaba lentes de sol y notaba que lo saludaba el personal del hotel. Se le hacía rara tanta atención. Pensó que lo estarían confundiendo con el embajador de México, lo cual le hizo esbozar una sonrisa que mantuvo hasta llegar a su camastro junto a la alberca. Llegó un mesero a ofrecerle algo de tomar, no tomaría nada. Pensó en el excelente servicio y lo mucho que cuidan al cliente en ese hotel.

Se quedó así viendo hacia la alberca, sin ver nada en específico. De repente vio a una chica morena, delgada y de cabello largo. Estaba en traje de baño dentro de la alberca. De inmediato captó su atención, quería verla. De repente, ella volteó a ver para donde él estaba y Oliver volteó rápido a otro lado. Después, sigilosamente volteó a verla de nuevo.

— Vaya– pensó– he pasado tanto tiempo con Carmelo que casi me olvido de las mujeres.

Recordó el bello sexo (femenino) y que le hacía falta más interacción con él. Pensó en meterse a la alberca y hablarle, pero también pensó que seguramente llegaría en blanco, sin nada para conversar. Pensó que debía ocurrírsele un tema que le permitiera explotar su verbosidad. No se le ocurría nada. Estuvo así 10 minutos hasta que la chica se salió de la alberca, se secó con una toalla que había dejado sobre un camastro y se fue con la vista en el teléfono celular.

Oliver se enojó consigo mismo por no haber sido más decidido y valiente. Se levantó y se metió a la alberca. Estuvo ahí un buen rato, solamente nadando y sumergiéndose, disfrutando del agua que estaba calentita. Cuando empezó a dar de lleno el sol se salió de la alberca y fue a su cuarto.

A la hora de la comida Carmelo le escribió, le dijo que le tenía algunos comentarios de editores con los que había hablado. Oliver ignoró los mensajes al principio pero después le dijo a Carmelo que no iría a la feria porque no se sentía del todo bien. Había visto un risco montañoso despoblado en la costa y pensó que estaría bien una caminata por la naturaleza. Así pues, averiguó en el lobby como llegar a esa zona montañosa y por la tarde fue caminando a ese monte que colinda con el mar. En el camino pensaba en su vida, que no tenía mucho por lo que vivir. Sí, había publicado una novela, pero no había cosechado casi ningún elogio. Carecía de un círculo cercano de amigos, no se comunicaba bien y su vida se le hacía que no le importaba mucho a nadie realmente. A su familia quizá, pero no demasiado, porque tampoco era una persona muy amable. Ni siquiera tenía mascota, pues su perro se había escapado. Se propuso a respirar el aire, esa brisa marina, estar entre los árboles es revitalizante. Si pudiera vivir en el bosque sin el peso de su propio ego, quizá todo sería mejor. Llegó al risco y se asomó, le dio vértigo la altura. Pensó que no había mucho para él, un paso, un chorro de adrenalina y todo pasaría. Serenidad, no más sobrepensar.

— ¡Qué idiotez!– pensó –¿Qué va a pensar de mi Carmelo? Deja de pensar estupideces, la muerte vendrá de todas maneras, eventualmente.

Contempló el vasto mar y la vista. Era el atardecer, lo cual le llenó de oxígeno el alma hasta el punto que le salió una lágrima. Aprovechó la luz que quedaba para regresar al hotel. Se acostó sin cenar y durmió.

Al día siguiente se levantó de mejor humor. Decidió ir a la feria, era el último día. Vio a Carmelo temprano.

— Hey, ¿qué tal mi querido Oli? ¿cómo estás? ¿qué pasa hombre? ¡alégrate un poco!

— Hola Carmelo, todo bien, espero te las hayas apañado bien sin mi.

— De mi no te preocupes que ya se torearme a más de un canijo.

— Me alegro Carmelín.

— Tu eres el que me preocupa Oli, no te veo muy bien. Como que te hace falta ir a terapia.

— Ya he ido, pero tarda mucho y cuesta.

— Pero estás invirtiendo en ti, prométeme que vas a ir.

— Okey, supongo que algo de razón tienes.

— Muy bien, yo me tengo que ir, quedé de hablar con unos editores fuera del evento, grandes negocios eh. Creo que no me quedo hasta la premiación, ahí me cuentas que tal. Hay que hablarnos en México más seguido.

— Okey Carmelo, cuenta con eso.

Se dieron un abrazo de despedida y cada quién se fue por su lado. Al final del día iba a ser la ceremonia de premiación. Oliver pensaba que era un trámite más como todo en esta vida de literato que quería vivir. Una sensación de vergüenza se apoderó del él al considerar que toda esta aventura había sido para nada y que haría bien en irse a casa y conseguirse un trabajo de verdad. Se convenció a sí mismo de eso y se fue al hotel a empacar, no esperó el cierre de la feria ni nada, una nueva realidad se había apoderado de su mente. Su vuelo saldría a la mañana siguiente, pero él se quedaría en el hotel disfrutando de las amenidades del cuarto. La serenidad de la certeza se apoderó de su corazón.

Diez años después Oliver va caminando por la calle, ahora viste diferente, más elegante. Superó esa etapa complicada de su vida así como otras que se le presentaron, pero salió avante. Iba genuinamente contento cuando entre la gente que caminaba vio a Carmelo. Se saludaron amistosamente y se abrazaron. Quedaron en salir a tomar vino a un bar el sábado por la noche. Fueron la noche del sábado al bar y recordaron algunas cosas vividas en común. Se habían visto en algunas contadas ocasiones desde la feria del libro en Santo Domingo. Aún así, preguntó Carmelo:

— Oye Oli, dime una cosa, hay algo que nunca he entendido y creo que te lo puedo preguntar, ¿porqué no recogiste el premio en Santo Domingo?

— ¿Cuál premio?

— No te hagas el chistoso, el premio mayor de novela de ese año, el que se entregó en la feria al final.

— ¿Qué? No sabía que había ganado. ¿Tú sabías?

— Bueno si, creo que era obvio, tu novela es especial.

— ¿Porqué no me dijiste? ¿Porqué nadie me dijo? ¿Ni un correo?

— Si te lo dije, solo que tu no quisiste escuchar. A lo mejor se fue al spam el correo.

— Eso no te lo creo, no puede ser.

— Búscalo, seguro está en el internet. Te volviste una leyenda por no aceptar el premio ¿sabes?

Cuando Oliver encontró la información en internet en una enciclopedia se quedó estupefacto. Tanto habría cambiado este detalle en su vida…


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