Aurelio estaba cansado de toda la semana de trabajo. Era sábado y hoy sale temprano. Ya quedó con Gregorio y otros amigos de ir a la playa. Solamente quiere poner su silla plegable, la sombrilla, algo de música, tener una cerveza fría en la mano y sentarse a ver el mar. Eventualmente se meterá a bañarse. Toda la semana ha trabajado arduamente para ganarse el derecho de disfrutar este momento. No es que deteste su trabajo, le gusta hacer la logística técnica de su hotel, sin embargo, la temporada ha sido pesada para él y su equipo, hay trabajo de más y no se da abasto. No más vueltas, hoy es día de disfrute.
Llegaron al estacionamiento de la playa, iban en el carro de Aurelio. Se estacionaron y bajaron todas las cosas, iban bien cargados. Esta es una playa que muy pocos conocen, sin embargo Gregorio estaba bien enterado sobre el tema. Tiene un paso público, pero está algo escondida. Hay poca gente. Es un poco como era San Miguelito antes que todo el mundo la conociera. Llegaron a un lugar que les gustó y escarbaron y pusieron la sombrilla en la arena. Después desplegaron las sillas plegables y se sentaron sin playera y con lentes de sol. Abrieron una cerveza. Se sentaron frente al mar.
— ¿A qué hora vienen los demás?– preguntó Aurelio.
— Dijeron a las 5:30 pero ya ves, la puntualidad mexicana.–dijo Gregorio.
— Simón. Por cierto, no te había dicho que mi papá se enojó conmigo.
— ¿Ahora qué hiciste?
— Es que iba a ser el festejo de cumpleaños de mi tío, e hizo una fiesta grande, rentó un salón y todo. Había que ir vestido de guayabera.
— Elegante, pues.
— Así es. Pero pues ese mismo día unos amigos que organizan bodas grandes, con catering y todo, me pidieron ayuda, les hacía falta un mesero.
— ¿Y porqué les dijiste que sí?
— Porque son mis compas y ya les había quedado mal antes. También dije cosas inapropiadas la otra vez.
— Aah, si me habías dicho, en aquella otra boda que hiciste comentarios en voz alta sobre el novio, ja ja.
— No lo repitas, no es mi mejor momento. La verdad a veces no se cuando callarme. Pero pues ya ves, pensé que podría zafarme antes e ir al cumpleaños de mi tío.
— ¿Y qué pasó?
— Pues que se puso buena la fiesta y yo estaba enfiestado y se me fue el tiempo, a todo el mundo, de hecho. Se nos pasó la hora para salir y nos apagaron la luz y cerraron la puerta con llave. Tuvimos que quedarnos a dormir en el lugar. Volvieron a abrir a las 7 de la mañana del día siguiente.
— Vaya, que mala onda.
— Sí, pues tenía yo la intención de ir a la fiesta de mi tío. Pero pues no llegué y mi papá se molestó. Ya sabes que yo no odio a mis papás ni a mis tíos. Hemos tenido nuestras diferencias, pero las hemos trabajado…
Aurelio seguía hablando mientras Gregorio veía a la playa, algo raro había en el agua, una sombra que se movía.
— Espera, espera, ¿qué es eso, en el mar?
— ¿No es un tiburón?
— Parece más bien una ballena, pero no hay por aquí.
Entonces emergió del agua una cabeza humana y con ella un humano que conducía de pie un submarino pequeño, de unos quince metros de largo. Al ver ese espectáculo Aurelio y Gregorio se levantaron boquiabiertos de sus sillas y avanzaron hacia el submarino.
— Espera– dijo Aurelio– No vaya a ser un narco.
— No creo, no parece.
— ¿No has oído que usan submarinos para transportar droga?
— Nunca he oído de uno por aquí, además ve como va vestido.
En efecto, el submarinista vestía un traje de inmersión antiguo, abultado y color café. Extrañamente no llevaba casco. Al encallar el submarino en la playa, dejó los controles y se lanzó de pie al agua. Avanzaba con paso seguro a pesar de las olas.
— Vamos a ver que nos dice– dijo Aurelio.
— Espera, no se.
Llegaron ambos caminando a la orilla del mar. El submarinista caminaba seguro hacia ellos. Había más gente en la playa pero se quedaron atrás. Era un hombre alto, tenía el cabello corto. Tenía entradas pero no pasaría los 48 años. Se acercó serio y se quedó parado frente a ellos. Empezó a mover la cabeza de un lado a otro viendo hacia varios lados de la playa, no parecía que los viera a ellos.
— ¿Hola?– inquirió Aurelio.
— Ah, es verdad, mmmhm– carraspeó– disculpen, la costumbre. Me llamo Félix Celorio, vivo bajo el agua.
— ¿Qué? ¿Cómo?
— Si, pasando el arrecife, hay que sumergirse 20 metros.
— ¿Pero cómo respira sin equipo? ¿Vive en el submarino?
— Hay respuesta para todo, pero vayamos ahí a la sombra que no estoy acostumbrado a tanto sol.
Fueron caminando hasta la sombrilla y se sentaron bajo su sombra.
— Mucho mejor– dijo Félix– Hace tiempo, ustedes no habían nacido, yo era biólogo marino en Yucatán. Estudiaba la fauna y flora marina pero necesitaba adentrarme por más tiempo en el agua para mejorar mis estudios. Así que conseguí que la marina me donara este submarino con el que pudo ampliar mi zona de investigación. Incluso pude llegar a este lado de la península e investigar el arrecife de coral. Encontré, deambulando más allá del arrecife, una formación rocosa en el lecho marino. Observé que si ponía aire debajo, la formación rocosa lo mantenía. Es una especie de cueva. Tras un proceso de acondicionamiento pude llenar un espacio con aire y crear una cueva submarina. Pude instalar un laboratorio submarino así como un lugar donde vivir. Me entretuve pues no tenía que salir a la superficie tan seguido. Había dicho que estaba de excursión y por eso no me fueron a buscar. Mi investigación me permitió indagar sobre adaptaciones del ADN en humanos para vivir bajo el agua. Modifiqué mi propio organismo para aguantar la respiración por 2 horas. Regresé a la base en Yucatán después de mi excursión, ya con la cueva acondicionada y escuché una terrible noticia: Castro había permitido instalar misiles nucleares en Cuba, con lo que era inminente una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Pensaba que el mundo se acabaría y quedaría radioactivo. El caribe sería devastado, sin duda. Sin embargo, recordé que la radiactividad disminuye drásticamente bajo el agua, así que decidí irme a vivir en mi recién acondicionada cueva submarina.
— Espera, espera. ¿Hablas de la crisis de los misiles de Cuba? Pero eso fue en los 70’s ¿no?
— El año era 1962.
— ¡Eso fue hace 63 años! ¿Qué edad tenías cuando te sumergiste?
— 45, tengo 108 años. Un efecto secundario de la modificación de mi ADN fue una longevidad extendida.
— Oye, pero si se destruía la vida en la tierra, ¿dejarías todo atrás? ¿Abandonarías la superficie?
— Era una situación desesperada. Mi pensamiento era que debía salvar lo salvable. Además, la vida viene del mar, la vida en tierra firme puede verse como un experimento de los seres marinos. En el peor de los casos, volvería al origen y ayudaría a poblar la tierra.
— ¿Y nunca saliste del mar? ¿No sabías que la crisis no llevó a la catástrofe?
— Si, lo sabía, después de varios años me percaté del tráfico de barcos en la superficie. Con mucho cuidado y un tubo, pude medir la radiactividad en la superficie y comprobé que tenía niveles habituales, es decir, no había sucedido la catástrofe. Aún así me había habituado al fondo marino, por lo que decidí quedarme en mi cueva. He salido algunas veces a lo largo de los años, pero siempre a escondidas y por lo general de noche.
— ¿Y no has sentido curiosidad por el avance de la sociedad?– preguntó Gregorio.
— Pues no demasiada, la ciencia ya era avanzada en el 62.
— Pero no tenían internet.
— ¿Qué es eso?
— Pues una gran red de información, déjame te muestro.
Gregorio sacó su teléfono inteligente y abrió el navegador en Wikipedia.
— Busca lo que quieras.
— ¿Cómo se hace?
— Con los dedos, la pantalla responde cuando la tocas.
— Ah, ya veo. Me quitaré los guantes.
Félix buscó información sobre la crisis de los misiles cubanos. Luego sobre Yucatán y el caribe.
— Fantástico, este es un gran avance tecnológico. A decir verdad ahora siento curiosidad sobre las investigaciones científicas. Con esta herramienta seguramente todos son expertos en mecánica cuántica y la ciencia del ADN. ¿Todo está contenido aquí en este internet?
— No, no, el internet viene de fuera, hay antenas que mandan la señal y la información se recibe en el teléfono celular.
— ¿Ésto es un teléfono? Increíble, y ¿cómo usan normalmente el teléfono celular?
— Él lo usa para mandar videos ocurrentes.
— ¿Cómo?, no entiendo ¿puedes mostrarme?–dijo Félix regresando el teléfono.
— Si, claro, deja te busco uno bueno. Ah, ya, mira.
Félix miró un video gracioso de personas accidentadas y bebés en situaciones domésticas divertidas. A medida que veía los cortos se le iba dibujando una sonrisa en la cara de Félix, quien había estado muy serio. Rió un poco, por lo que Aurelio y Gregorio pudieron ver los dientes blancos y afilados de Félix, como de un tiburón.
— Excelente. ¿Puedo verlo otra vez?– dijo Félix.
— Claro, a ver, deja te lo pongo otra vez.
Félix vio nuevamente el video entretenido. Mientras veía el video Aurelio inquirió un poco.
— Oye Félix y ¿qué onda con tus dientes?
— Ah si, es otra modificación de mi ADN. Es más práctico para comer pez crudo.– dijo Félix sin dejar de ver el celular.
Terminó el video y devolvió el celular.
— Gracias, que divertido.
— Tengo una duda– dijo Gregorio– no es que me caigas mal ni nada, pero me da curiosidad. ¿Qué te trae de nuevo a la superficie?
— Excelente pregunta. Verás, me sumergí con la esperanza de salvaguardar la vida de este planeta pero he notado un aumento en la temperatura del mar, así como un deterioro del arrecife y del ecosistema marítimo en general. Para la temperatura supuse que es por más actividad humana, al ver como crecía esta actividad en la costa. Vengo a corroborar esto y a ofrecer una solución a la acción despreocupada del ser humano contra su ambiente marino. Seguramente tendrán problemas en el ambiente terrestre.
— ¿Cuál es la solución?
— Un virus.
— ¡¿Qué?! ¡Nos va a matar a todos!
— No, no, para nada. El virus lo que hace es modificar el ADN del anfitrión para hacerlo más propenso a la colaboración y la sinergia. En el proceso da una pequeña gripe, pero al final ese es el resultado. Lo probé con peces y revitaliza el ecosistema de manera sorprendente.
— Oye, pero los peces son diferentes a los humanos.
— No importa, también funciona con humanos.
— No me digas que…
— Si, lo probé en una comunidad costera y funciona.
— ¿Qué? Eso es arriesgado, ¿dónde lo hiciste?
— Mejor no lo digo. Les puedo decir que mejoró la calidad del ecosistema marino sin disminución de población humana en la costa. Además se contuvo localmente pues es un virus que depende que el anfitrión esté en contacto con marina.
— Difícil de creer, ¿porqué deberíamos aceptarlo?
— Están en su derecho. Pero piensa, pude haber soltado el virus masivamente sin avisar y no lo hice, pues creo que es una decisión importante. Además considerando que la humanidad pasó la crisis de los misiles sin percance, creo que se puede llegar a una decisión conjunta por la supervivencia.
— ¿Y qué quieres que hagamos?
— Que me indiquen el camino hacia las autoridades.
— Deja lo platicamos y ahora te decimos. — dijo Aurelio.
— Claro, aquí les espero.
Después de 15 minutos volvieron con Félix.
— Okey, te llevamos al palacio municipal pero yo creo que tendrás que dar más pruebas.
— No hay problema, vamos.
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