Javier va manejando, dirigiéndose a la costa de Tulum. Viene con su novia Clementina en un coche del año. Le ha venido contando todo el viaje desde Cancún lo maravilloso que es el nuevo terreno que compró. Tiene todo lo que uno podría desear: 200 metros de frente por 100 de fondo, da frente al mar, una zona de playa lindísima, no queda muy alejado de la zona hotelera ni del centro, perfecto para hacer ese hotel boutique que había imaginado y del que ya le había platicado. Llegar al lugar preciso fue un tanto trabajoso pues la calle aún no estaba pavimentada. El cocho, aunque era más de ciudad, aguantó el trayecto con algunos golpes en la parte de abajo. Llegaron al lugar y Javier se bajó emocionado. Escaló un pequeño montículo de arena y se asomó más allá, el montículo tapaba la vista desde el coche. Javier instó a Clementina a que subiera a ver el terreno. Clementina se resistió un poco, a fin de cuentas hacía calor y no trajo zapatos adecuados. Javier insistió, por lo que Clementina accedió finalmente con el sombrero y los lentes de sol. Con esfuerzo y cuidando el equilibrio, Clementina pudo subir el montículo, casi gateando iba cuando llegó a la cima y se incorporó. Cuando echó el vistazo no encontró a Javier por ninguna parte. Vio solamente vegetación. Al fondo se alcanzaba a ver algo de la playa, la arena blanca y el mar turquesa, entre los troncos de los árboles.
— ¡Javier!, ¡Javier!
No hay respuesta. Clementina avanza entre la densa vegetación. El terreno está lleno de hojas y arena. Las plantas le rozan las piernas. Una planta de espinas se le queda pegada al zapato. Cada vez se escucha más fuerte el sonido de las olas rompiendo en la playa.
— ¡Clemen!– escucha que Javier le llama desde la playa.
— ¡Voy!
Lentamente y con cuidado llega Clementina junto a Javier que está esperándola en la playa.
— Me hubieras esperado un poco, está complicado llegar aquí con estos zapatos.
— Solo a ti se te ocurre traer tacones a la playa, lo bueno es que te mediste en el tamaño del tacón.
— Bueno, bueno ¿y qué me ibas a mostrar?
— ¡Mira nomás que playa! Hermosa, eh. Además hay palmeras, agua de coco mmm. Imagina aquí lleno de camastros y la entrada a la zona de la alberca.
— Ah, mira el cielo, ¡que bonito atardecer!
— Te digo. Mira, el terreno es más o menos de aquí hasta donde ves aquella palmera.
— Oye, pues está muy bien. Pero, ¿ya hay luz y alcantarillas?
— Una cosa a la vez, en eso están, llegará y podremos construir sin problemas.
— Pequeño inconveniente, entonces el plan va para algunos años en el futuro.
— Bueno sí, hay que ver a futuro.
Se quedaron ahí en la playa, viendo el atardecer. Imaginaron el hotel del futuro ahí. Se llenaron de esperanza.
En efecto, tuvieron que pasar algunos años para que llegaran los servicios básicos al terreno, todavía más para que se pavimentara la calle. Mientras tanto, Javier se entretuvo con sus otros negocios. A decir verdad era buen empresario, tenía un restaurante en Cancún, así como una ferretería, un puesto de paletas heladas y un café. Sin embargo el hotel boutique de Tulum iba a ser la joya de la corona. “Va a ser lo máximo, el lugar para ir en Tulum”, se decía a sí mismo Javier.
Se había imaginado la entrada, el lobby y algo de la zona de la alberca. Quería todo con diseño. En la cabeza tenía algunas ideas, quería algo entre minimalista contemporáneo y algo más antiguo, como del siglo XIX a la francesa. Seguía dando vueltas en la cabeza a esas imaginaciones mientras regresaba, esta vez solo, al terreno. Habían pasado unos años y ya estaba la calle pavimentada, así que llegó más rápido que la otra vez. Esta vez venía solo, Clementina se había quedado en casa. Llegando al terreno pudo ver que ya habían postes de luz. Así también en el terreno de al lado ya habían empezado la construcción. Se bajó del coche y caminó a la cerca del frente. No había cercado de los lados por desidia y porque estaba ocupado con sus negocios. No recordaba donde empezaba su terreno. Vio donde empezaba la cerca de su terreno y se dio cuenta que terminaba más allá de la construcción vecina. Javier pensó que era raro, pero no le dio mayor importancia. A fin de cuentas lo construido eran unos cuantos muros de un edificio rectangular. Javier se metió al terreno y empezó a verlo, llevaba el plano en mano. Solamente había vegetación, por lo que no había mucho que ver. Caminó desde el edificio vecino cuya construcción había empezado hasta el límite del terreno suyo. Notó algo extraño: su terreno se le hizo más angosto de lo normal. No estaba seguro, pero tenía esa impresión. No podía evitar pensar que algo raro pasaba, pero tenía que estar seguro, tenía que medir. Le invadió el miedo pero al mismo tiempo tenía que saber. Fue a comprar una cinta métrica larga a la ferretería del centro de Tulum, la única que había, y se regresó al terreno a medir. Llegó de regreso al muro recién construido y enganchó la cinta métrica a un punto y se fue con el rollo a través de la pequeña selva a su disposición. Llegó al extremo de su terreno, marcado por un poste y sus miedos se vieron confirmados: su terreno era más angosto de lo que debería. La conclusión más evidente era que su vecino construyó paredes en su terreno, estaba siendo invadido.
Para ser precisos, su vecino se había pasado 30 metros del límite de su terreno. Javier se llevó una mano al mentón tratando de dimensionar lo que estaba sucediendo. Pensó que posiblemente todo había sido error de construcción por parte de su vecino, seguramente sería una persona comprensiva y práctica, por lo que hablar con él resolvería las cosas. No pasa de tener que quitar un par de muros y ya está. Se tranquilizó a si mismo con este pensamiento. Bueno, hablar con el vecino era el plan. Fue caminando a la construcción contigua y se asomó. Había un par de albañiles, uno estaba haciendo la mezcla de concreto y el otro estaba en un muro poniendo concreto sobre unos blocks.
— ¡Hola! ¿Qué tal? ¿Saben quién es el dueño del lugar?
— Hola, buenas tardes, ¿Quién le busca?
— Soy Javier Friedman, su vecino, fíjese que acabo de ver que construyeron más allá de los límites de su terreno y están invadiendo el mío.
— Íjole, ¡no me diga! Según el plano creo que estamos correctos.
— No es así se pasan 30 metros.
— Bueno, le paso el número de mi patrón, creo que él es el dueño del terreno, se llama Joaquin Alcázar.
— Muy bien, me pongo en contacto, por lo pronto no siga construyendo por favor.
— Lo siento jefe, yo sigo con mi chamba hasta que me diga mi patrón lo contrario. Pero háblele usted y se pone de acuerdo con él, ya me hablará después a mi.
Javier llamó al teléfono que le dio el albañil. Se presentó y le contó la situación a su vecino, sin embargo, su vecino no entendía el problema, según él todo estaba en orden. Se le ocurrió a Javier reunirse con los planos en mano y ver cuál era el problema.
Quedaron en verse en Cancún en un café en la avenida Nader. Era de mañana. Después de un desayuno ligero abrieron los planos lado al lado y analizaron las concordancias. Observaron los planos, que tenían señas con respecto a la calle, pero no encontraban un punto en común.
— ¡Ajá, ya lo encontré! –dijo Javier.
— A ver.
— Mira, este punto de aquí y este otro son el mismo, solamente que están marcados con distinto símbolo.
— Ya veo.
— Entonces, midiendo con el escalímetro hacia un límite… ¡qué problema que tengan distintas escalas! A ver, si, justo lo que temía. Lamento decirte Joaquin, nuestros terrenos están superpuestos. Hay una franja de 30 metros de ancho por 100 de largo donde se superponen.
— ¿Pero cómo es posible?
— No tengo idea. Supongo que hace unos años, como no había catastro en Tulum y todo se llevaba a cabo en Playa del Carmen, no había control tan exacto de los terrenos de por aquí.
— Vaya, pero algo se tiene que hacer, ir a exigirle al vendedor, demandarlo siquiera.
— Bueno, tranquilo, supongo que podemos hablar cada quién con el que nos vendió el terreno y exigir aclaraciones. Por lo pronto hay que detener las obras para que el problema no se agrave.
Terminaron esa reunión en buenos términos. Cada quién se fue a su casa con la encomienda de aclarar el problema con su respectivo vendedor.
Javier hizo su tarea, contactó a su vendedor, lo cual fue un poco complicado y le explicó la situación. No terminaba de entender el vendedor así que Javier decidió llevarlo al lugar para que viera en vivo y a todo color la situación del lugar. Llegaron al terreno, habían pasado tres semanas desde que Javier había ido y se había encontrado a los albañiles. Llegó como antes con el vendedor y se bajaron del coche.
— Oh, ya veo, si, te invade un tramo–dijo el vendedor.
— Si, claro, ¿verdad?
— Pero me habías dicho que solo eran un par de muros los que habían hecho.
— Sí, así es, ¿porqué?
— ¿Y esos cimientos de allá?
— ¿Qué? ¡Maldita sea! Le dije que no siguiera construyendo.
En ese momento Javier le llamó enojado a Joaquin, le recordó su promesa y le dijo que él la había cumplido. Le mandó fotos del avance de su obra. Joaquin se disculpó y dijo que daría órdenes de parar la construcción. Al terminar de hablar Javier le explicó al vendedor.
— Yo no me confiaría. Ven la próxima semana a ver si cumple– dijo el vendedor.
Javier se quedó pensativo.
— Okey, supongo que tienes razón.
Siguieron la visita viendo detalles, midiendo con herramientas que habían traído y discutiendo puntos importantes. Al final el vendedor se deslindó de la responsabilidad. “Seguro fue el otro” terminó asegurando.
Regresaron a sus casas, pero Javier siguió pensando en lo que le había dicho el vendedor, aquella tenebrosa sugerencia de regresar a la construcción. Esperó una semana, como le habían dicho y decidió regresar a ver lo que había sucedido en su terreno. Llegó al lugar, se bajó y como esperaba, desgraciadamente la construcción no había parado. “Dos muros más y nuevos cimientos, además van rápido” pensó. No quedaba entonces nada más que hacer que arreglar el problema mediante un juicio.
Regresó a casa y se lo contó a Clementina, que ya era su esposa, lo que había visto y que planeaba demandar a Joaquin.
— Oh ¿estás seguro?– preguntó Clementina.
— Si, ya le dije varias veces que pare y no hace caso.
— Bueno, dos veces.
— Pero ¿qué mas quiere? Tiene que entrar en razón, me está invadiendo.
— Podrías cambiar un poco tu diseño y que el límite del edificio se ajuste a lo construido.
— ¿Qué? ¡¿Cómo crees que voy a dejar que se salga con la suya?! ¡Es mi terreno!
— Él también piensa lo mismo.
— Pues ya veremos de quién es al final.
Al día siguiente fue a presentar junto con su abogado la denuncia y solicitud de un juicio para destruir las obras que se habían construido en lo que él consideraba su terreno. A la semana ya se habían clausurado las obras del terreno y empezaba la investigación con respecto a la propiedad. Joaquín por su parte no estaba muy contento con lo que pasaba. Acudió a los citatorios y presentó las pruebas correspondientes. Un mes después el juez solicitó que se reunieran. En la reunión les dijo que el asunto iba a tomar tiempo porque no estaba claro quién había registrado su terreno correctamente primero y si había fundamento legal en la asignación de cada parte. Les recomendó que llegaran a un acuerdo fuera del juicio. Javier se negó terminantemente y dijo que ese terreno era suyo, pues ya le tenía afecto.
Ya habían pasado seis meses desde el comienzo de un juicio pesado y trabajoso, que además había que costear. Javier estaba seguro que ganaría el juicio, después de todo él había seguido la ley al pie de la letra.
Un día estaba en su casa, viendo los detalles de la siguiente sesión del juicio cuando escuchó que Clementina le llamaba.
— ¡Javier, Javier, ven acá!
Javier llegó donde estaba Clementina, en el comedor de la casa. Se le veía nerviosa, caminando de lado a lado, con una mano sobre la boca y la otra tomada del codo. Javier se le acercó y notó que sudaba.
— Javier, no sigas con ese juicio.
— ¿Qué? ¿Porqué no? Casi voy a ganar.
— No, aunque ganes, perderás todo si continúas así.
— Pero no tiene sentido lo que dices.
— Te lo digo, corre peligro el terreno.
— No lo entiendo, explícame.
— Bueno, si lo has de saber, Dios me lo dijo en una revelación.
— ¿Qué? Mira, yo se que esa parte es muy importante para ti, pero a mi no me hace mucho sentido.
— Te digo que él me mostró que si no aprendes a compartir esa tierra que te ha dado, él mismo puede quitártela. El Señor reclamará esa tierra y se la dará a quien él quiera.
— Mira Clemen– la tomó de los hombros– no creo que estés viendo las cosas claras. ¿No tendrás temperatura?– le tocó la frente.
— ¡Quita tu mano! Te digo que me dijo eso, hazme caso, no pretendas saber más que Dios.
Habiendo dicho esto, se marchó al comedor.
Javier se quedó pensativo y confundido. Tenía un sentimiento extraño en el estómago. Decidió no hacer caso y seguir el juicio como si nada hubiera pasado.
A los dos días regresó al terreno, tenía que hacer más mediciones puntuales. Se bajó del coche y subió el montículo de arena cuando vio una imagen que nunca olvidaría: todo el terreno estaba repleto de aves descansando en el suelo, en los árboles, sobre la construcción. Eran cientos de ellas, miles posiblemente. Eran fragatas, gaviotas y pericos. Lo más extraño era el silencio, ningún ave se movía ni emitía ruido. Javier observaba estupefacto. De repente escuchó Javier que se movían unas plantas a lo lejos y rápidamente salió un jaguar atacando y atrapando una fragata. Las aves al rededor volaron. El jaguar se llevó su presa de vuelta a la espesura de la selva, vio a Javier pero no le hizo mayor caso. Unos momentos después las aves que habían volado regresaron a su puesto anterior y el silencio volvió a reinar. A Javier le impresionó mucho la imagen. Tuvo miedo y regresó a su auto. Llamó por teléfono a su abogado y le dijo que tenían que detener el juicio.
Al final si pudo construir el hotel boutique que tanto soñaba, haciendo unas modificaciones necesarias. Incluso compartió espacio con el edificio habitacional de Joaquin.
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