El artesano

Otra noche sin mucha clientela, decía Luis para sus adentros, mientras continuaba trabajando con el cable de acero inoxidable, dándole esa forma caprichosa que contendría una piedra de cuarzo en el centro. Se dijo a sí mismo que se debía todo a la temporada baja. Tampoco ayudaba mucho ese maldito sargazo, terminó pensando.

Eran las 10 de la noche y hacía un calor sofocante en Playa del Carmen. Era, evidentemente verano y no soplaba el viento aquella noche, por lo que el calor se sentía de manera intensa. Su puesto se situaba en la quinta avenida, en una zona donde sí había comercios pero también abundaba la vegetación. Había hablado con varios de los encargados de los negocios de alrededor y como, a pesar de su aspecto desaseado y sus rastas, tenía un extraño talento con las personas, que terminaba agradando, por lo tanto, lo dejaban poner su puesto improvisado en el suelo. Lo puso justo en frente de un anuncio callejero grande, por lo que no obstruía la entrada a ningún negocio.

Había mosquitos en el ambiente pero ya conociéndolo Luis se puso bastante repelente de insectos por lo que nadie ni nada lo molestaba mientras doblaba aquellos cables con la pinza. Por lo general hacía dijes que se podían colgar con un collar en el cuello o se podían usar como pulsera. Así también hacía anillos. Últimamente había aprendido a hacer aretes, que tenían sus truquitos, no era cosa tan fácil. En eso estaba pensando cuando escuchó:

— ¿Cuánto cuestan estos?

Luis entonces levantó la mirada y vio a una chica hermosa, de unos 25 años de edad, tez clara sin ser muy blanca, su cara un poco redonda pero de bellas facciones y una figura espectacular. Luis quedó embobado un momento, después recobró el hilo y pudo hablar:

— Hola si, eh, esos están en 250 pesos, los de acá en 180 y aquellos en 150 amiga.

Se probaba un anillo, después los collares, las pulseras y los aretes.

— Aquí tienes un espejo si quieres.

— Gracias.

Después de pensarlo un poco, la chica le dijo:

— Me llevo éste y éste… y ¿cuánto sería lo menos en que me lo dejas?

— Íjole, pues mira, hoy estoy de buenas así que te haré un 30 % de descuento, así que te quedaría el total en… (hizo el cálculo en el teléfono) 301 pesos.

— Perfecto, toma, te doy un peso maś.

— Ok, aquí tienes el cambio.

Puso ambas compras en una bolsa de papel.

— Muchas gracias.

— De nada y ¿de dónde nos visitas amiga?

— Vivo aquí, en Cancún, de hecho.

— Ah mira, ¿y ya conoces Playa? Te puedo dar un tour nocturno si quieres dijo Luis sonriendo.

La chica a su vez sonrió, pudo ver Luis un ligero rubor en su cara.

— No, muchas gracias, ya voy de regreso en camión.

— Bueno, está bien. De todas formas aquí estamos amiga, de miércoles a domingo, por las tardes, cuando necesites alguna artesanía.

— ¡Muchas gracias!

La chica se fue caminando. Luis se le quedó mirando. “Si tuviera una novia así de guapa” pensó. Cuando se perdió entre la gente suspiró y se propuso a guardar su puesto. “Yo también debo irme a casa” pensó, “la combi va a estar horrible hoy con este calor” pensó y se puso a levantar todas sus artesanías. Las metía en su mochila. Al final dobla la manta y la mete hasta arriba en la mochila.

Luis espera en la fila de la combi, con la mochila al hombro, pues si la usa de manera normal terminará sudado de la espalda. Llega la combi, se suben diez personas, Luis se sienta hasta el fondo. Al lado de él se sienta una persona que claramente viene de trabajar en una construcción. La combi se dirigía al oeste, del otro lado de la carretera, en dirección contraria a la playa.

— Ya de regreso a asa, por fin a descansar de todo el día de calor.

Luis volteó a ambos lados inquisitivamente cuando se dio cuenta que le hablaban a él.

— Sí, la verdad que hoy se pasó de la raya el calor, además el olor del sargazo no ayuda mucho eh.

— Así es compañero, lo bueno es que como trabajo en un edificio, el aire corre un poco más en lo alto.

— Claro, mejor. Yo en cambio trabajo al ras del suelo y sin aire acondicionado.

— Oh ya veo, pero bueno, ya regresas a casita con la familia, o bueno ¿tienes familia?

— Pues regreso a casa y bueno, no tengo lo que se llama familia ahí pero vivo en una comuna.

— Oye disculpa mi ignorancia pero no se que es una comuna.

— Una comuna es un grupo de personas que viven juntas en una casa, no creemos en la propiedad privada, nos prestamos cosas y nos ayudamos en lo que podamos.

— Asu, oye, ¿y es puro vato?

Luis esbozó una sonrisa.

— No, también hay chicas.

— Ah no, pues así si está chido.

Luis no pudo evitar reir.

— Oye pero está cañón compartir todo ¿no?

— La verdad es que la mayoría de la gente piensa de esa manera y eso hace que la sociedad esté podrida.

— No, bueno, yo respeto, pero sí pienso o se me figura que puede haber muchos problemas.

— La verdad para la vida de comuna se necesita una disposición espiritual especial, nuestro líder es un iluminado, la verdad se mantiene el orden debido a su templanza y excelente juicio. Además de una profundidad espiritual admirable.

— Ah órale ¿es como algo religioso?

— No no, nada de eso, es una asociación de espíritus libres que se nutren los unos a los otros. Es un movimiento nuevo.

— Ah ok ¿y cómo te llamas carnal?

— Luis.

— Pues nos vemos carnalito, aquí me bajo yo, si te topo luego me cuentas más.

— Sale pues.

Unas pocas calles después se bajó Luis. Pasó a la tienda antes de llegar a la comuna y compró cerveza. Se tomaba mucho en la comuna y había fiesta seguido. Pero Luis solo quería llegar a casa, tomar un par de cervezas y que Serena le diera las buenas noches. Serena era la chica con la que Luis tenía “algo”. Eran amigos y se llevaban bien. Lo que tenían era algo muy padre y espontáneo, tanto que no tenían razones para poner etiquetas a su relación. Solamente que había un detalle que incomodaba a Luis: Serena era, oficialmente, la novia de Ariel, el líder de la comuna. En la comuna ya se habían dado casos de múltiples parejas donde todas las partes estaban de acuerdo. Ariel incluso alguna vez habló a favor de las parejas múltiples. Ariel mismo había salido con otras chicas, así que Luis pensaba que no habría mayor problema. Nunca había hablado del tema directamente con Ariel, pero suponía que sabía del tema y que lo aceptaba. Así también confiaba en que Serena ya le habría contado algo a Ariel. Le hubiera gustado hablarlo directamente con Ariel, pero era un tema incómodo y nunca juntó el coraje de confrontarlo. Luis repasaba otra vez un diálogo ficticio en el que le decía a Ariel la verdad y todo terminaba bien, mientras caminaba de regreso a la casa comunal.

Llegó al edificio, abrió el portón de la entrada. Adentro escuchó que alguien tocaba la guitarra, alguien más el cajón con las manos y otros cantaban. De la sala llegaba también un olor a tabaco combinado con marihuana. Luis solo pasó y saludó con la mano y se dirigió a la cocina. En la cocina sacó el six de su mochila y lo puso en el refrigerador. Tomó una cerveza y la abrió, le dio un trago profundo ahí mismo en la cocina.

— ¡Hola! ¿Cómo te fue?

Escuchó Luis que alguien le decía a su espalda, se volteó y vio a Serena parada en la entrada de la cocina.

— Bien bien, aunque es temporada baja, ya sabes, ¿a ti cómo te fue?

— Bien también, pude terminar tres vestidos, la máquina de coser es maravillosa.

— Que bien, me alegro.

— Y bien, ¿me trajiste algo?

— Sí, justo, cierra los ojos y estira la mano.

Serena obedeció con una sonrisa en la cara. Luis fue por una cerveza cerrada al refrigerador y se la puso en las manos. Serena abrió los ojos y empezó a reir.

— ¿Un brebaje mágico?

— Abrirá las puertas de tu percepción.

Y así, entre risa y risa, cenaron juntos y después fueron al cuarto de Luis donde Serena le dio un beso de buenas noches a Luis. A la mañana siguiente Serena se levantó primero y notó que no estaba en su cuarto usual y se levantó apurada y asustada.

— ¿Qué pasa?– dijo Luis.

— ¡Me quedé dormida!

— Bueno, no es para tanto.

— No lo sabes.

Serena se apresuró a arreglarse como pudo y salió del cuarto apresurada. Luis se vistió un poco y asomó la cabeza por la puerta, al final del pasillo pudo ver a Ariel, no estaba muy contento. Luis volvió adentro y terminó de arreglarse, bajaría al comedor a desayunar. En el comedor se sirvió y comía solo cuando se le juntó su amigo Vinícius.

— Hey ¿dormiste bien? Está bueno el desayuno ¿no?

— Si, todo bien. Pues el desayuno no está mal, huevo revuelto con algo nunca queda mal.

— Hay que aprovechar, escuché ayer que escasea el dinero para la comida de la comuna.

— Habrá que traer más.

— Sí, supongo. ¿Cómo va la venta?

— Pues sale algo pero siempre me gustaría que saliera más, además ya ves que es temporada baja. Al menos me estoy recuperando de las semanas que estuve bajoneado.

— Si, me acuerdo, tiempos difíciles, me alegro que ya estés mejor.

— Gracias carnal.

Entonces llamaron al celular de Luis y vio que era su madre.

— ¿Si bueno?– contestó Luis.

Vinícius vio las reacciones de Luis. Al principio calmaba a su madre, parecía un poco asustada.

— Bueno, pues llévalo al médico.– dijo Luis.

— Mmhmm ya veo, si, pues llévalo a urgencias. Voy para allá, los veo en un rato. Nos vemos.– colgó.

— ¿Qué pasó?– preguntó Vinícius.

Con la cara desmejorada visiblemente preocupado dijo Luis:

— Dice mi mamá que mi papá está grave: está vomitando todo lo que come desde ayer, y está muy débil.

— ¡No manches! ¿Qué vas a hacer? ¿Dónde viven?

— Voy a ir a verlos, viven en Cancún.

— Ok compa, te apoyo.

Luis, con lo intempestivo de la noticia se quedó pensativo, después se le llenaron los ojos de lágrimas.

— Tranquilo carnal, todo saldrá bien.

— ¿Cómo sabes?

— Solo lo se, ahora ve y toma ese camión.

Luis se levantó del comedor y fue a arreglar sus cosas. Al poco rato agarró la combi a la terminal de autobuses y tomo el autobús a Cancún. Llegó al poco rato al hospital. Su madre estaba llorando. Luis preguntó que pasaba, si ya habían pasado con el médico.

— Ya pasamos, pero no sabemos bien que es lo que tiene. Le tienen que hacer una endoscopia para averiguarlo.

— Bueno mamá, ya averiguaremos, por lo pronto tranquilízate. ¿Cuándo le harán la endoscopia?

— Ya se la están haciendo, espero a que me digan algo.

Luis sabía que debía ser fuerte, él era el responsable ahora. Se quedaron un rato en la sala de espera, en el que su madre le explicó como sucedió todo. Después salió un médico y dijo:

— García Jimenez Agustín.

— Si aquí– dijo la madre.

— ¿Esposa e hijo?

Dijo el médico, después vio de abajo a arriba a Luis y se quedó un poco extrañado, pero después fingió indiferencia ante el aspecto descuidado del hijo.

— Está todo bien tiene una pequeña afectación en el estómago, es un tratamiento sencillo. Le tenemos que hacer una pequeña cirugía, poco invasiva y va a tener que estar en recuperación una semana.

— ¡Gracias a Dios!– dijo la madre.

— ¡Super!– dijo Luis.

— Muy bien, la cirugía puede ser mañana mismo temprano…

Después de la interacción con el médico Luis abrazó a su madre, estaba visiblemente feliz. Luego vio brevemente a su padre, hablaron un rato, rieron un poco. Su madre estaba de buen humor.

Al siguiente día, después de que la operación hubo terminado y el paciente estaba en recuperación, por la noche Luis regresó a Playa del Carmen en autobús. Sin embargo, no fue un viaje grato pues no podía sino pensar en su propia vida, en lo frágil que es la salud, en que no tenía seguro médico y que su vida se sentía un poco a la deriva.

Llegó con esos pensamientos a la casa comunal. Ese día había fiesta y se unió a ella. Tomó demasiado y se quedó dormido en la sala. Al día siguiente se levantó y fue por sus cosas a su cuarto y se puso a trabajar, confeccionando artesanías. Por la tarde salía a vender y por la noche regresaba. Sin embargo, algo no estaba bien en él, el estrés de la enfermedad de su padre había removido cosas en su interior y no se sentía del todo bien. Se le veía taciturno e introspectivo.

El papá de Luis se recuperó y salió del hospital y aún así Luis seguía dando vueltas en su cabeza a problemas existenciales que antes parecían obvios. Repasaba también todos los errores de su vida: una actividad cerebral ociosa. Incluso Serena lo notaba, ya no se habían visto. A veces no salía a vender unos días y se quedaba en la casa, tomando. Le gustaba meterse a Twitter (o X) y escribir cosas mientras estaba borracho.

Un día, un mes después de lo de su padre, Vinícius le dijo que Ariel lo buscaba. Luis se levantó de su habitual posición en la sala tomando. Fue al cuarto de Ariel, que estaba leyendo un libro. Se quitó los lentes de lectura al verlo entrar y con la mano le invitó a sentarse en una silla frente a él.

— Hola Luis ¿cómo has estado?

— Pues más o menos, pensando un poco las cosas.

— Ya veo, ¿tu papá cómo sigue?

— Bien, ya mejor, era algo pequeño aunque sí nos asustó.

— Que bien, me alegro. Oye, no se si sepas que la comuna no está muy bien económicamente.

— Algo así había escuchado, pero pensaba que ya había mejorado la cosa.

— No, fíjate, estamos en números rojos desde hace tres meses.

— Oh vaya.

— Me temo que no podremos sostenernos mucho más tiempo sin hacer cambios.

— Okey…

— Así que, con mucha pena te informo que debes abandonar la comuna.

— ¡¿Qué?! ¿Es por lo de Serena? ¡La dejo y ya está!

— No, claro que no, son varias cosas: tenemos que producir más y has sido el que menos ha aportado estas últimas tres semanas.

— Pero ¿qué voy a hacer?

— Lo siento mucho Luis, ojalá fuera diferente la situación.

Luis entendió que no había nada que pudiera decir para cambiar la situación, así que calló.

— Tienes dos semanas para encontrar un lugar nuevo.

— Bueno, gracias supongo.

Luis se sentía ahora muy mal, no sabía que iba a ser de él. Llamó a sus padres y no pudo evitar llorar. Sus papás le recomendaron tranquilidad, todo le iría mejor. Habló con Serena pero poco pudo ayudarle, le tocó el hombro y dijo que esperaba que le fuera muy bien allá afuera. Lo dominó la tristeza pero aún así se fue a dormir.

Pasó una semana y no encontró nada. Empezaba a desesperarse, pero la misma ansiedad lo impulsaba a seguir buscando. Una noche, cuando regresaba a casa después del día de venta se asomó al escaparate de una joyería de lujo. Pensó en comparar sus creaciones con lo que estaba en exhibición. Sin embargo rápidamente se dio cuenta de lo ocioso de sus consideraciones, aquellas obras se le hacía que pertenecía a otro mundo completamente, algo que sí genera dinero y que repercute en el mundo real. Pensando en aquellas creaciones se le figuraba un financiero solitario, trabajando para obtener los datos de la bolsa de valores que tanto le hacía falta. Lo suyo era diferente, seguramente no viviría en una comuna alguien así. En eso pensaba cuando escuchó que alguien le hablaba por la espalda.

— ¿Qué pasó carnalito? ¿Te acuerdas de mi?

— Ah si, eres el de la combi de la otra vez.

— Simón, ¿cómo has estado? ¿ya mejoró la venta?

Entonces Luis le explicó la situación a aquel trabajador.

— Íjole, está pesado. Oye ¿y no te gustaría hacerle a otra cosa? Donde estoy yo andan contratando, necesitamos a un soldador, de hecho.

— Pero no conozco el trabajo.

— Está fácil, ya tienes experiencia con los metales, solo que estos son más grandes. Además pagan bien.

— Bueno, supongo que podría intentarlo.

— Simón, dame tu número.

Intercambiaron números. Al día siguiente fue Luis a la construcción y se pudo acoplar fácilmente al trabajo, su familiaridad con los metales le fue muy útil. En cierto sentido seguía haciendo artesanías, a fin de cuentas hacía su trabajo a mano. Así también encontró un lugar nuevo donde alojarse, una habitación individual. Al cabo de un mes tenía lo que tanto le había preocupado: seguro médico. La vida le empezó a sonreír de nuevo.


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