Unos cuantos datos

Gabriel va caminando en la calle de manera desenfadada, casi relajado. A estas alturas de la vida sabe muy bien como hacer su trabajo, sabe incluso relajarse mientras lo hace. Entonces, seguir a alguien por la calle le resulta de lo más natural.

Es un día frío de invierno en el Cairo, pero aún así hay mucha gente caminando por la calle. Es el escenario ideal para seguir a alguien: perdido entre la multitud, que va de aquí para allá. Su objetivo se movía de manera despreocupada, camina despacio, viendo los puestos de la calle, se acerca a preguntar a un puesto de lámparas. Casi parece un turista. Gabriel por su parte se acerca a un puesto de especias a preguntar.

Hay de todo, clavo, orégano, pimienta y demás. A Gabriel le gusta cocinar así que se entretiene entre aromas diversos. Le hace plática al encargado mientras le llegan olores que le recuerdan a muchas cosas, la casa de su madre, por ejemplo. Recuerda su misión, un furtiva mirada hacia su objetivo, sigue ahí viendo y preguntando sobre lámparas.

— Aquí está el tahini.– Dice el encargado, recordándole donde se encontraba, trayéndolo del abstraimiento de la de la tarea en cuestión. El encargado notó que estaba viendo hacia otro lado, volteó él también por un momento. Se dio cuenta de lo que hacía Gabriel, pero no importaba demasiado.

— Gracias, aquí tiene.

Pagó Gabriel el tahini.

— Ya sabe, agregue una cucharadita más de lo que suele echarle y el hummus le quedará espectacular.

— Gracias, lo tomo en cuenta.

— Adiós, vaya con cuidado, y recuerde comer su espagueti.– dijo el encargado sonriendo.

Gabriel se sintió extrañado, frunció el ceño pero se volvió y caminó hacia el puesto de lámparas. Su objetivo ya se había movido, caminaba más allá. Se dispuso a ver las lámparas. Había de varios tamaños. Eran de un color broncíneo y con cristales de colores.

— ¿Qué tal, un modelo que busque en especial? ¿Dónde quiere alumbrar?– dijo el encargado del puesto.

— No gracias, solamente veo.

De repente un sonido, como de que se cayeron cosas al suelo y un quejido. Habían tirado algunas frutas al suelo y el tendero había gritado. Gabriel levantó la vista y vio que su objetivo corría más allá, sobre la calle. Entonces emprendió una carrera para alcanzarlo. Chocó con una pareja, por la que el hombre le empezó a gritar. Siguió corriendo entre puestos de comida y diversos. Era una calle transitada y había tráfico pesado a esa hora. De repente Gabriel escuchó un disparo y volteó, la bala había impactado en un muro. La gente había gritado y salido corriendo. Volteó al otro lado y, en efecto, como suponía, era su objetivo el que había disparado. Se resguardó tras unos costales de granos, a los que dispararon varias veces. Gabriel sacó su pistola Colt 38 Super, respiró un par de veces y se asomó por encima de los costales apuntando hacia el objetivo, lo tuvo en la mira, pero no disparó. La meta era neutralizar al objetivo, no matar. Quería apuntar a las piernas, pero el objetivo sólo mostraba la cara y las manos, se guarnecía tras la esquina de una pared. Gabriel disparó dos veces como aviso, pero el objetivo se volvió a resguardar. Unos instantes después, al no haber movimiento Gabriel se levantó de su escondite. Dudoso corrió con el arma apuntando hacia la esquina donde asomaba el objetivo. Llegó a la esquina y apuntó, vio a lo lejos que daba la vuelta a la esquina siguiente, corrió hasta la esquina. Esta vez estaba en la mira, apuntó a las piernas y tiró del gatillo varias veces hasta que se escuchó un gemido y una estrepitosa caída. Este era un callejón aledaño, así que carecía de la multitud de la avenida principal. Aún así habían algunas personas que se guarnecieron al oír los disparos. Corrió Gabriel hasta el objetivo y pateó hacia un lado el arma que yacía junto al sujeto en cuestión. El objetivo tenía cierto rango en una agencia enemiga, por lo que Gabriel no le tendría mucha compasión. Se agachó hacia el sujeto y lo volteó, pues estaba boca abajo.

— ¡Mi pierna!– se quejó.

— Sobrevivirás– contestó Gabriel secamente. — Ahora más te vale cooperar y puede ser que eso te ayude a tener una celda más decente.– dijo Gabriel.

El objetivo, para su sorpresa, empezó a reír.

— Yo que tu no jugaría al valiente, tienes algo que hacer camarada y eso es comer tu espagueti. Saludos a Rosa, por cierto.

Después de eso Gabriel sintió un aguijón en el cuello. Posteriormente todo en su campo de visión se volvió borroso y daba vueltas hasta que se desvaneció en la calle. Cuando Gabriel despertó era ya de noche. Se tocó el cuello y notó el dardo tranquilizador. El objetivo no estaba en ningún lado, se encontraba solo en el callejón. Se levantó todavía un poco mareado y dando tumbos. A los pocos minutos se despejó lo suficiente como para irse a donde se alojaba.

Tenía muchas preguntas que hacer. Una vez en su habitación de hotel decidió llamar por teléfono al cuartel general. Llamaría a un local de venta de trajes y de ahí todo sería lenguaje encubierto. Tenía preguntas que hacer, personas que le importaba estaban en peligro.

— Hola, buen día, quiero un traje de algodón británico para la boda de la reina.

Esa era la clave para empezar la conversación con el centro de mando.

— ¿Si diga? Aquí el sastre real.

— Si, mi traje se deshilachó, un hilo quedó prendado en la calle y al caminar se fue deshilachando.

— ¿Qué tanto?

— Crucé la calle y corrí hasta la esquina, casi me atropella un autobús. Cuando caí en cuenta casi desmayo. Al poco tiempo volví en mí pero el hilo ya no estaba. Como ve, necesito más hilo.

— Café El-Khal, 18 horas, le llevaré hilo.

Después de eso colgó. Gabriel también colgó. A las 18 era la reunión y le quedaban algunas horas para pensar. Estaba pensando en Rosa, su esposa ¿cómo sabrían su nombre? ¿Sabían quién era él? Su información estaba comprometida y con ello toda la operación. ¿A quién podría llamar? Tenía algunas ideas pero no, lo que precedía era esperar pacientemente, las preguntas se harían mejor en persona, obtendría la información que necesitaba. Debía confiar en ello, era su única opción. A las 17:30 ya se encontraba en el café El-Khal, seguía dando vueltas en su cabeza a cuestiones trascendentales, le carcomía la incertidumbre y las posibilidades. No podía si quiera concentrarse en el menú. A las 17:55 llegó el mesero y Gabriel pidió un capuchino, más bien por inercia que habiéndolo meditado. Veía a su alrededor, había dos o tres mesas ocupadas. El lugar era un local cerrado, con algunas ventanas. También tenía ventiladores y un desnivel con mesas más elevadas. No era un día particularmente concurrido ni había mucho humo, pero a Gabriel le parecía una atmósfera asfixiante. Llegó el café y lo único que pudo hacer fue ver la taza fijamente.

Sonó entonces la campanilla de la entrada, lo que hizo que saliera del trance y volteara a ver. En la entrada se encontraba un hombre vestido de traje, de mediana edad y portaba lentes grandes, un tanto pasados de moda, pero el sujeto los portaba con seguridad. Al verlo Gabriel alzó la mano, no lo conocía en persona pero había visto su fotografía, era alguien de la agencia, alguien de alto rango además. Llegó a la mesa y saludó a Gabriel de manera discreta, se sentó a su lado.

— ¿Éste lugar es seguro?– preguntó Gabriel en tono bajo.

— Lo más seguro que podría ser, dadas las circunstancias.– respondió el sujeto también en tono bajo.

— Yo pedí un capuchino, ¿quieres pedir algo?

— Un café americano estaría bien.

Gabriel ordenó el café americano al mesero. Mientras se preparaba el café le pudo dar los pormenores de la jornada.

— Bueno, creo que alguna vez te vi en alguna reunión de la agencia, es un honor estar ante gente importante– dijo Gabriel.

— No celebres tanto, si me enviaron a mi es por algo.

— Eso pensaba ¿qué tan mal pinta la operación? ¿porqué todo el mundo quiere que coma espagueti?

— Vamos por partes. La operación pinta muy mal, parte crucial era que pasaras desapercibido. Se hicieron cargo de que sepamos que saben quién eres y tienen información delicada. Es una incógnita todavía saber que tanto saben de lo que sabemos nosotros.

— ¿Cómo lo harían? no puede ser intervención telefónica, porque usamos teléfonos seguros.

— Ni idea, un topo, quizá.

— Lo dudo, estaría revelándose de manera muy descarada ¿porqué me revelarían que saben quién soy?

— Dominación quizá, puede que crean que tienen la partida ganada.

— Quizá, puede que sea un plan más elaborado. Sea como sea, me muestra una imposibilidad: si me dice quién soy es porque no puedo hacer nada al respecto.

— Si puedes hacer algo, desconectarte de todo lo exterior empezando por Rosa.

— ¿Desaparecer? ¿Qué debo decirle a Rosa? ¿Cuánto tiempo sería?

— El tiempo que sea necesario, días, meses, años, no se a ciencia cierta. Es mejor si no das muchas explicaciones.

— ¿Pero irme así sin más? No es lo correcto, además piensa en ella.

— Este trabajo tiene sus detalles y lo sabes. Además piensa que tanto ella como tu corren peligro.

— Pero necesito información, no puedo cambiar mi vida así como así.

Entonces el sujeto lo miró detenidamente. Respiró hondo, movió los dedos sobre la mesa y continuó.

— Hay momentos en las operaciones en que la información esencial, lo absolutamente necesario para entender todo no se te dará, solo vas a tener unos cuantos datos a la mano y ya. Así es en este caso, saca tú tus propias conclusiones.

— Está bien, lo tengo que pensar.– Gabriel dio un sorbo a su capuchino.

El sujeto también dio un sorbo.

— ¿Hasta cuándo estaré fuera de juego?

— Hasta que sepamos que no eres alguien que puede vulnerar los intereses de la agencia y la operación. Es decir, hasta que no haya peligro de usarte. Como verás, estás en una situación compleja y no hay forma de saber cuándo saldrás.

— Ya veo, pero por lo menos algo podré hablar con Rosa, se quedará esperando algo de información.

— Mejor déjalo así, entre menos sepa será mejor para ella, en términos del peligro que conlleva.

Gabriel miró al suelo, cerró los ojos con desesperanza. Volvió a abrirlos y se acercó al otro sujeto en tono conspirativo. Le hizo una seña para que se acercara.

— Bueno, pero dime, ¿de qué trata lo del maldito espagueti?

— El sujeto sonrió, no pudo disimular la risa discreta.

— Siento decirte que esa es información confidencias, tendrás que averiguarlo tú mismo. Que no se vuelva a hablar del tema, negaré cualquier alusión en el futuro.

— Ok, suponía que era un juego nada más.

— No se de que me hablas.

El sujeto terminó su café y Gabriel su capuchino. Se despidieron, el sujeto salió primero. Gabriel no pudo sino quedarse sentado, pensando en todo y nada a la vez. A penas se formaba una idea cuando la siguiente ya llegaba y con ella una preocupación. No sabía siquiera articularse en ese momento. Por fin salió del café y fue a su habitación de hotel. Cuando llegó por fin aclaró un poco su mente. “Desaparecer así sin más, no dar explicación hasta que fuera adecuado el momento, gajes del oficio”, pensó, “pero se agradecería un cambio más suave”.

¿A dónde iría ahora? Lo único que sabía era que no debía ser visto un tiempo. ¿Italia tal vez? Ahí hay mucho espagueti, podría al menos resolver ese enigma. Al día siguiente fue a la agencia de viajes y compró un boleto de avión a Roma. Al menos ahí daría con el clavo. No llevaba mucho equipaje. No habría problema en viajar al día siguiente.

Durante el vuelo la azafata se acercó con comida y la preguntó si quería comer. El tono, la modulación y la sonrisa coqueta le causaron extrañeza, respondió que si, le dieron su plato. En cuanto pudo se levantó de su asiento y caminó al fondo del avión junto al baño, ahí estaba la misma azafata. Le preguntó si conocía algún lugar en Roma donde se comiera buen espagueti. Ella respondió nerviosamente que no, no era ella de Roma y se puso a buscar algo en los compartimientos del fondo. Gabriel por su parte entró al baño.

Llegó a Roma sin sobresaltos y pudo recoger su maleta en la banda. Encontró un hotel donde hospedarse. Salió entonces por la noche a la búsqueda del mejor espagueti. Buscó una zona concurrida, procurando que hubiera mucha gente local, nada de turistas. Encontró el lugar perfecto en una calle de fotografía.

Entró, pidió mesa para uno. Por fin se sentó. Ordenó espagueti a la carbonara, nada extravagante. Pidió asimismo un vino adecuado. Al poco rato llegó su platillo. Ahí estaba frente a él, no era el causante de sus desdichas pero lo había acompañado en un tiempo confuso de su vida que a penas comenzaba. Por fin un atisbo de claridad. Enrolló espagueti con su tenedor y lo sostuvo en la mano, lo observó. Por fin se decidió a probarlo. No le vino nada a la mente. De una mesa de al lado le veían comer, le molestaba eso.

La cena individual le dio libertad para pensar en Rosa y la melancolía le invadió. Hasta ese momento había supuesto que volvería a verla pero ahora ya no estaba tan seguro. No, esta no era una historia cursi de novela, tendría que afrontar la realidad. Seguramente no volvería al lado de Rosa, algo diferente sucedería. Llegó a aceptar este final de su camino. A partir de ahora nada sería igual.


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