A Enrique le encanta el Battery Park. Puede estar ahí horas caminando y cavilando. También le gusta estar sentado así, simplemente viendo a las otras gentes que merodean. Muchas con rumbo fijo, pues son personas de negocios, ocupadas todo el tiempo. Otros llevan un paso más tranquilo, más introspectivo. Pueden ser éstos los aburridos o los viejos. Pero Enrique tiene un alma más profunda y sabe apreciar a las personas de ritmo lento. Sabe que, todo lo contrario, son personas llenas de experiencias y vivencias que compartirán en el canal adecuado.
En el Battery Park Enrique se sienta en una banca al medio día a almorzar. Desde su posición logra ver la estatua de la libertad y la isla Ellis. También logra ver la isla de los gobernadores. Es un día fresco de primavera, corre un aire frío. Enrique puede sentir la brisa y se le eriza la piel. Se pone la chaqueta que había dejado en la banca. Procede a comer su sandwich. Enrique trabaja a unas cuadras de aquí, en el distrito financiero, en el piso 34 de un edificio de oficinas. Hace cálculos todo el día y está rodeado de personas competitivas y agresivas, por lo que al llegar el momento de la comida, decide irse un rato a recargar su energía comiendo solo.
Estaba en su momento contemplativo viendo los barcos pasar, tratando de evitar pensar otra vez en lo malo del día cuando alguien le habló,
– ¿Hace buen tiempo, no? Me gustan los días así, soleados y con viento frío.
– Sí, supongo que son buenos, buen día para navegar, creo.
– Oh si sí, navegar, pero no te vayas a alta mar que esa es otra historia, aquí cerca de la orilla. Un velero pequeño, cosas manejables. La sensación de libertad es preciosa ¿Usted navega?
– No, jamás he navegado un velero, pero me imagino que se sentirá agradable.
– ¡Agradable! El aire en el rostro, el viento que acaricia la cabellera, el sol que hiere suavemente la piel. El sentido del rumbo, el manejo de las velas, hacer nudos rápido. Hay que sentir el viento y actuar en consecuencia.
– Bueno, todo eso suena entretenido, se ve que le gusta navegar.
– Lo encuentro sumamente gratificante, le recomiendo que lo haga.
– ¿Es usted navegante?
– Podría decirse, sin embargo navego otro tipo de mareas: soy profesor de literatura en la universidad.
– Interesante..
Dijo Enrique dándose cuenta de que aquel hombre maduro de pelo cano con chaqueta de vestir no era un loco o un excéntrico, sino alguien a quien le sobran las palabras y necesita un repositorio donde expresarse.
– ¿Y usted? No me diga, lo sé, trabaja en Wall street. Lo veo en su forma de vestir y en su expresión.
– Bueno, no trabajo precisamente en Wall street, pero sí en el sector financiero, calculo riesgos. ¿En la cara se me ve?
– ¡Ciertamente! No puede usted ocultarse, de lejos uno ya puede darse cuenta, no me hizo falta sino oírle unas cuantas frases para corroborar mis sospechas.
– Vaya ¿Y qué más se me nota?
– Está usted preocupado, algo le consterna, posiblemente su trabajo.
– Ok, es bueno. Sí, tengo un problema en la oficina justo ahora.
– Bueno, a ver, dígame más.
– Pues tengo un proyecto nuevo y pues, ya tengo cierta experiencia, pero es la primera vez que tengo que llevarlo por mi cuenta. Además el ambiente en la oficina no ha sido el mejor, hay muchas hablillas y hasta confrontaciones no muy amables, han sido semanas complicadas.
– No es posible controlar lo que se dice por ahí. Se puede influenciar, claro, pero al final las opiniones se formarán solas. ¿Siente usted que se habla en su contra?
– Sí y creo que no son nada amables.
– Ok, pero recuerde que la gente habla de dientes para afuera, dicen cualquier cosa que les venga a la mente. Mantenga el temple, que si lo ven decaído peor le va a ir.
Enrique se asombró al darse cuenta de que se había abierto a un extraño. Claramente no le había dado todos los detalles, pero había compartido su aflicción.
– Se ve usted alterado y en necesidad de un amigo. Le diré que voy a hacer, le daré mi número telefónico, así si está usted afligido un día, no dude en llamarme.
Enrique se quedó perplejo, un extraño que acababa de conocer le estaba dando su número telefónico, por más amable que fuera el otro y por más carismático que fuera él, se le hacía rarísimo ese intercambio.Terminó aceptando y dándole el teléfono celular.
– Bueno, ¡ahí está! Llámeme para guardar su número.
Enrique procedió a marcarle. Todavía aturdido por aquel extraño intercambio. A lo mejor quería venderle algo a alguien, él sería su venta del día.
– Pues me marcho, que tengo que irme ¡se me ha hecho tarde!
– Oh, bueno.
– ¡No dude en llamar!
Y así como vino se fue aquel extraño hombre. Lo siguió con la mirada hasta el cruce de calle y después se perdió entre la gente. Enrique se quedó otro rato ahí, se dio cuenta que no le había preguntado su nombre al otro individuo, así también él no había dado el suyo. Bueno, a lo mejor no tenía tanta importancia. Ya había terminado su almuerzo así que se levantó y tiró la basura, se apresuró a caminar las tres cuadras que lo separaban de su edificio. Entró por la puerta principal, mostrando su identificación. Llegó al elevador lleno como de costumbre, piso 34. Llegó a su escritorio. Había junta a las 17 y tenía muchos resultados que discutir.
Empezó la junta, llegaron todos los miembros al salón de conferencias. Empezó a hablar el jefe de Enrique, las cosas no pintaban muy bien para una de las tres empresas en cuestión. Parecía que había que analizar más a fondo sus números. No era nada tan grave, además eran tres empresas que se encontraban al otro lado del mundo. Pasaron otros a presentar sus análisis, todo correcto, conciso, números bien logrados. Después le tocó el turno a Enrique, cuando le hablaron se le hizo un hueco en el estómago. Aún así pasó adelante y conectó su laptop. En la pantalla salieron las gráficas en las que había trabajado dos semanas. Había regresiones lineales, superficies tridimensionales y vectores soporte. Enrique hablaba con templanza, se sentía el peso de cierta experiencia adquirida para presentar resultados. Entonces, inquirió su jefe:
– Entonces, si sigo tus números, ¿Kasser Inc. caerá en déficit en un año?
– Bueno, es posible, es que con esta métrica…
– No, mira tus gráficas ¿ves que después de un año esa gráfica se vuelve negativa?
– Si si, pero si observamos otra gráfica…
– No hay nada más que ver, esa es la métrica importante, lo demás es relleno. Kasser Inc. caerá en déficit, es lo que tenemos que reportar. Muy bien Enrique, sigue así.
Terminó la junta y todo el mundo salió. Enrique notó ciertas miradas de envidia, pero decidió ignorarlas. Enrique se sentía bien por la felicitación. Después fue caminando hasta su escritorio y se sentó. Luego un gran suspiro. Se quedó viendo al vacío, el malestar no se había ido. Se levantó, fue a tomar un café. Desde hacía semanas que se sentía fuera de lugar, incómodo, algo desgraciado. No lo comprendía, en el trabajo iba bien, vivía en una ciudad emocionante, tenía la vida por la que había trabajado tanto. Tenía el reconocimiento y el prestigio que muchos querían y aún así era miserable. Un sentimiento de melancolía lo envolvió. Sentía añoranza por su ciudad natal: Miami. Ahí todo parecía sol y nada de problemas. Andar en patines, escuchar música caribeña, una vida relajada. Añoraba ese tiempo cuando era un adolescente despreocupado. Empacó sus cosas y salió del edificio. La primavera todavía no entraba del todo y lo azotó un viento helado que le erizó la piel. Tomó el metro hacia su casa, se bajó en la calle 52 y caminó haste su edificio.
Enrique se sentía desde hace un tiempo en un letargo permanente. Iba y venía del trabajo. A veces salía a caminar, hay muchos parques con mucha vida en Nueva York. Incluso hacía ejercicio. Se ejercitaba tres veces por semana en el gimnasio que le quedaba a tres cuadras de casa. Con todo pasaron tres semanas y Enrique no pudo quitarse de encima el molesto sentir que su vida se había vuelto miserable. No era muy adepto a muchas amistades pero tenía un amigo o dos en quien podía confiar. Llamó a uno y quedaron en verse en un restaurante. Almorzaron y Enrique se explayó lo más que pudo. Contó con lujo de detalles su sentir. Sin embargo notó que su amigo no apreciaba tanto la verbalización de sus emociones, de hecho, parecía que le incomodaba tanta apertura. Terminaron hablando de cine y otros temas en común.
Un día camino al trabajo Enrique veía las noticias en su celular mientras viajaba en el metro. Entonces vio una noticia, casi pasaba desapercibida, que le llamó la atención: “Muere el CEO de la multinacional Kasser Inc.” Rápidamente abrió la nota y la leyó. “Una inesperada enfermedad pulmonar fulminante ha acabado con la vida de el recientemente nombrado CEO en tan solo tres días…” A Enrique se le heló la sangre, de pronto sintió que estaba completamente solo en el metro y en el mundo. La oscuridad lo invadió todo. Muchas preguntas le cruzaron a la vez por la cabeza: ¿Les habría llegado su reporte? ¿Sabrían desde antes que la empresa iba mal? Había que hacer un análisis muy específico y con herramientas avanzadas, no era trivial llegar a esa conclusión. Como pudo se tranquilizó y llegó a su oficina. Intentó hablar con su jefe, pero estaba ocupado. ¿Hablaría con alguien más del equipo? Era información delicada, debía hablar primero con el jefe. El jefe seguía ocupado. Hablaría con Johnson, parecía que estaba ocioso.
– Hey Johnson, mira esto.
– ¡Whoa! Oye, justo unas semanas después de… ¿no creerás?
– No lo se.
– Se mueve rápido la información. No lo se, creo que es una desafortunada coincidencia. De todas formas así lo tenemos que ver.
Enrique se levantó, no lo podía creer. ¿Tendría él la culpa de ese suceso? Nadie más sabía de sus cálculos. Estaba muy contrariado y decidió irse a casa.
Ya en casa comenzó a caminar de ida y venida en el pasillo, por la sala, el pasillo de nuevo. No lo podía creer, le daba vueltas una y otra vez. No puede ser, llegó a la conclusión de que no podría estar relacionado un suceso del otro lado del mundo con un cálculo suyo. Sin embargo cargaba con la culpa de la muerte de una persona y el posible desplome de una empresa. No sabía que hacer, llamar a su amigo quizá… pero el otro día se mostró un poco reacio a escucharle. Recordó a aquel hombre que semanas atrás se le acercó en el parque y pensó que quizá podría abrirse mejor con un extraño, con aquel extraño que causaba simpatía. Buscó el número, lo había guardado como Prof. Battery. Llamó a aquel número, tres tonos, contestó.
– ¡Hola! El chico del Battery Park, ya decía yo que le haría falta un amigo ¿Cómo va todo?
– Bien, bueno, dentro de lo que cabe, estoy un poco nervioso y no se a quién más llamar.
– Oh, ya veo ¿Quiere que nos tomemos un café?
– Si, puede ser.
– Hoy más tarde, ¿como a las 6?
– Perfecto.
Quedaron en verse en el café y llegaron a la hora acordada. Enrique le contó la historia con todos los detalles que recordaba. Le contó que se sentía extrañamente culpable de lo ocurrido. No sabía exactamente lo que era, pero la presencia de aquella persona poco conocida le causaba tal familiaridad que sentía que se podía explayar.
– Interesante- dijo el profesor- pero creo que su culpa no es más que un error de paralaje, una perspectiva errónea, no tienen sentido sus suposiciones, el mundo no gira en torno a usted, sabe.
– Lo se, pero hay detalles inquietantes.
– Ya veo, está estresante el trabajo eh. Posiblemente lo que está pasando es que ese trabajo le está sentando mal en la cabeza. ¿Cómo son las condiciones laborales?
– No me puedo quejar.
– Pero algo le hace infeliz. Lo siento a usted añorante.
– Sí, la verdad es que pienso mucho en cuando era un adolescente despreocupado en Miami, la vida se ve más dulce entonces.
– ¿Y porqué no se muda allá? ¿Algo le ata a la ciudad? ¿Tiene esposa e hijos?
– La verdad es que no, pero es la ciudad en donde siempre soñé vivir, tengo el prestigio que añoraba y no me falta el dinero.
– A veces no entendemos al corazón, nos da deseos que pueden no tener mucho sentido. Así también debe usted escucharle. Sígalo, váyase a Miami.
– ¿Pero no ve que es una ilusión infantil? Igual no ganaría nada yendo.
– Sí, supongo.
Enrique veía la bahía con los yates, el mar abierto, el calor moderado, clima muy al estilo del mediterráneo en su buena época. Una sonrisa le vino a la cara.
– ¿Ya se lo imaginó verdad? Regrese, es lo que usted más desea.
Así siguió el diálogo, terminó la reunión y Enrique regresó a casa. Prendió la computadora y empezó a buscar. Seis meses después ya se había mudado a Miami, nunca se había sentido tan feliz.
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