¿Quiere saber lo que está mal en México? No le hace falta más que observar la procuración de justicia, un organismo caro y nutrido que da pobres resultados. Tiene así también los vicios más arraigados del mexicano: es una justicia clasista, racista, misógina e ineficiente.
Ante tan sombrío panorama uno podría pensar que un cambio es necesario, vendría bien y pues es lo que se esperaría de un gobierno que pretende ser una transformación para mejor. Pero la verdad es que esta reforma no es la que hace falta. Pero ¿de verdad el hecho de hacer un enorme despido y posterior elección va a involucrar más a la ciudadanía en un asunto que le compete? ¿No más bien se hará uso omiso de la razón y se elegirán magistrados y jueces por afinidad al régimen? Hacer tamaña reforma posiblemente solo demuestra no lo que está pasando sino lo que ya pasó: una enorme concentración de poder en la figura presidencial. La intervención de dicha figura en otro poder, preocupa, por decir poco.
Y es que parece ser que la principal fuente de poder de este presidente también es lo que más enigmático lo vuelve: su carisma. Su negación a la técnica, su aversión a los expertos acartonados. Sabe entretener y mantener la atención sobre sí mismo. Entretiene en las mañaneras, con polémicas innecesarias y con símbolos arbitrarios que no siempre representan a todos los mexicanos. El poder judicial, por su parte, es el anti-carisma por excelencia. Se utiliza un lenguaje técnico muchas veces inentendible para nombrar lo más común del mundo, las cuestiones públicas.
Aquí estamos entonces en un ataque del presidente con alma de poeta hacia el frío técnico. El problema es que el técnico es un mal necesario. Piense usted en un puente construido por un poeta y otro construido por un ingeniero civil ¿por cuál puente cruzaría? Así pues, el ataque tan frontal y legitimado del presidente al entramado judicial puede implicar una demolición de lo que ya existe.
Como ya se ha dicho, lo que ya existe dista mucho de ser ideal, pero existe por necesidad. Adentrarnos a demoler todo el edificio para erigir uno nuevo, no puede sino causar nerviosismo. Posiblemente de lo que está pecando nuestro actual presidente es de exceso de ambición. No sabemos si su plan atenderá la apremiante situación de la justicia mexicana. No está para nada claro que el poder judicial resultante sea un poder que da mayor acceso a la justicia a los pobres ni a nadie.
Además de todo, la reforma está siendo expedida de forma exprés. No se está dando espacio para la discusión y con la apertura que merece tamaño cambio. En pocas palabras, se desea hacer democrático al poder judicial de la manera menos democrática posible. ¿Qué es lo que cuenta entonces, lo que se dice que se hace o cómo se hace? ¿No son ambos igual de importantes?
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