para Mike
Iván corrió lo más que pudo pero no llegó, el metro cerró su puerta y avanzó. El próximo tren llegará en 10 minutos –¡Me lleva, ya voy atrasado 20!– pensó. Me esperará, ¿qué más va a hacer?– también pensó. Había preparado todo para esta noche: el corte de cabello, el perfume, eligió bien los tennis y la camisa. Salió lo antes que pude del trabajo, pero aún así iba tarde, apurado como siempre, como si todo lo malo se concatenara en una reacción constante y siempre fuera el caso el error. –Siempre voy apurado– pensó– y eso que hay veces que no estoy haciendo nada, no tiene sentido, debería estar trabajando todo el tiempo, voy a hacerlo y no me agarrarán las prisas jamás. De ahora en adelante seré conocido por mi puntualidad–.
Había quedado de verse con Saúl fuera de la estación Chapultepec y caminarían hasta el lugar. Llegarían como tenían previsto y verían a las chicas. Así es, por sorprendente que parezca, Saúl e Iván habían conseguido invitar a salir a un par de chicas que, para terminar con el asombro eran extranjeras y para colmo, guapas. Iván las había conocido una vez que entró a una clase de yoga. Dos chicas guapas que hablaban entre ellas: sintió el impulso de hablarles, aunque sabía que no podría salir bien, nunca salía bien, ese tema lo veía como imposible. Y aún así lo intentaba ¿porqué lo hacía? ¿porqué no? ¿qué más voy a hacer? también pensaba. Así que, evitando pensarlo demasiado, atraído por los ojos bonitos y sonrisa cautivadora, se inclinó a una de ellas en medio de la clase y dijo: “acabo de descubrir músculos que no sabía que tenía, uno en las piernas y otro en la espalda”. Esto fue suficiente para que la mujer en cuestión sonriera y para que esto causara un leve sonrojamiento en su cara.
Después de eso no sabe bien Iván lo que pasó, habló y todo fue fluyendo. Lo cayó el instructor de la clase, claro está. Pero terminando la misma pudo hablar con soltura y energía, con completa confianza en sí mismo, como pocas veces ha pasado en su vida. Eso solo podía significar una cosa: esa chica y él tenían una química especial, había sacado lo mejor de sí sin mucho esfuerzo y eso debía significar algo. Iván no lo pudo evitar, preguntó sus nombres y de donde eran, Hilda y Agnes, eran danesas y estaban de paso por la ciudad, dos semanas para ser precisos. Pidió el teléfono de Hilda, la de ojitos más bonitos y ¡oh sorpresa! ¡Accedió a dárselo! No lo podía creer.
Al llegar a casa quiso pasar a otra cosa, leer algo para distraerse, había vivido ya algo y sabía que una ilusión infantil no era prudente, pero no pudo evitar sentirse entusiasmado. Pensó y repensó cada momento de su interacción. Cada detalle se había magnificado en el recuerdo y la memoria lo transformaba en oro, en una leyenda digna de mención.
Al siguiente día en el trabajo todo marchó al pie de la letra, no hubo errores que arreglar, Iván se sentía concentrado y productivo. Todo marchaba perfecto, se sentía inspirado y presente, enfocado y con deseo de hacer su trabajo lo mejor posible. Claro, de cuando en cuando se permitía fantasear, pensar lo que diría la próxima vez, imaginarse a sí mismo como el foco de atención. Todo marchaba perfecto en la imaginación, las palabras idóneas salían en la conversación.
Así pues, dejó Iván pasar un día y le escribió un mensaje a Hilda. La citó a tomar un café. Ya había escogido el lugar adecuado: una cafetería que le hacía mucha gracia. Pequeña y no muy conocida, pero estaba junto al parque y servían muy buen café y el pan era muy bueno también. La vio saliendo del metro y caminaron juntos por el parque hasta llegar al lugar. Ya por el camino iban platicando. Por fortuna el lugar no estaba muy concurrido así que se estaba a gusto.
En el lugar se sentaron a charlar, todo en inglés, claro está, Iván no lo dominaba a la perfección, pero se defendía. Sin embargo, su falta de destreza con el inglés ya le había costado mucho, por lo que decidió aplicarse y practicar con Hilda. Hilda, por su parte, era una muy agradable persona, además de guapa, lo tenía todo: los ojos, la sonrisa, hasta los dientes, ¡qué dientes más bonitos! No totalmente blancos, sino un color a perla, pero ese delineado exacto. Posiblemente fueran los labios lo que le atraía a Iván, pero lo que estaba detrás también era bonito. Pudieron hablar largo y tendido, cosa que sorprendió a Iván, algo debía estar haciendo bien. Iván, por su parte, hizo uso de sus modestos conocimientos de literatura, los cuales fueron suficientes para sorprender a Hilda. Ambos se encontraban en esa edad en la que los conocimientos intelectuales les sorprendían y querían saber más del otro y de lo que conocían, lo que admiraban. De alguna forma, esto le daba a Hilda la impresión de quién era Iván. Luego, una mirada furtiva de Hilda cuando el mesero trajo la cuenta llamó la atención de Iván, miró sobre su hombro (el de Iván) por un momento, volviendo inmediatamente después a la cuestión. Iván lo notó, pero decidió no darle importancia.
Ya estaba oscuro y la acompañó a la entrada del metro. Habría otra cita, eso era seguro. Ahora las impresionaría: decidió invitarlas a una discoteca-bar donde se escuchaba música electrónica. Ya había escuchado sobre el lugar, era lo nuevo y tenía actitud, música buena y chicas guapas: noche perfecta. El lugar se llamaba ‘el Ático’ y estaba, como era de esperar, en un ático de un edificio. Habían varios pisos y había música en todos. Un edificio de cinco pisos, de los cuales los tres últimos comprendían la discoteca-bar.
Las chicas le mandaron un mensaje, ya habían llegado. Iván les respondió diciendo que entraran, se adelantaran, ya iba en camino y las vería adentro. Eso si el metro cooperaba, claro está. Por fin avanzaba, estaba el andén lleno pero el metro no dilataba de más. Por fin la estación deseada. Se bajó moviendo la densa mole humana que lo separaba de la entrada y pudo respirar aire ‘fresco’ porque seguía dentro de la estación. Salió y llamó a Saúl, quien ya lo esperaba a fuera del lugar. Saúl era un buen amigo, sin demasiada suerte con las mujeres, pero se defendía, podía entablar conversaciones y obtener números telefónicos. Iván quería compartir su buena suerte con su camarada, así que le habló de las güeritas que había conocido en la clase de yoga.
Llegó Iván y vio a Saúl fumando un cigarrillo ante la entrada atestada de personas. Él miraba indiferente hacia la calle.
— ¿Qué horas son estas de llegar carnal?– dijo Saúl.
— No pude salir antes, disculpa.
— Por mi no hay problema, pero el lugar está hasta su madre. A ver si podemos pasar.
— ¡No manches! ¡Me dijeron que ellas ya estaban adentro!
Iván llamó a Hilda pero su teléfono no contestaba, seguramente por el ruido. Le mandó mensajes pero estos no lograban llegarle, demasiada interferencia, muros gruesos, lo que fuera: estaba incomunicado con el interior del edificio y su deseo. Así estuvieron un rato hasta que decidieron intentar entrar por su cuenta. Se enfrentaron a la realidad de que había fila.
Llegó Iván con el cadenero y se informó, resulta que hoy hay un evento especial y que estaban restringiendo el acceso a partir de cierta hora, podían hacer fila si querían pero lo más seguro es que no iban a poder entrar. Así pues, se fueron a la fila y esperaron. A los veinte minutos Iván ya se impacientaba, así que decidió ir a ver lo que sucedía en la entrada. Dejó a Saúl esperando en la cola y llegó con el cadenero. Ante una nueva negativa y un nuevo desaliento Iván subió sus manos en señal de frustración y, sin darse cuenta golpeó el celular de una persona que estaba escribiendo.
–¡Qué te pasa pendejo!– dijo el chico.
–Lo siento, es que mira la cola– dijo Iván.
–¡Ni madres!– procedió a golpearlo.
Casi le atesta un golpe a Iván, pero este pudo esquivar el puño. Entonces la gente en la cola empezó a hacer ruido que se separaran a los que estaban peleando. El cadenero intervino y los separó, les dijo que ninguno iba a entrar así que mejor se regresaran a sus casas.
Resignado, Iván regresó con Saúl y lacónicamente dijo– Vamos– y siguió caminando en dirección opuesta de la entrada. Iván iba caminando rápido y no volteaba. Se detuvo en una calle en la que estaban pasando coches. Saúl corrió un poco y lo alcanzó, se puso a su lado y, al voltear, pudo ver que estaba llorando. Saúl se incomodó un poco pero decidió ayudar.
— ¿Qué pasó, no hay posibilidad de entrar?
— No, ahora no.
— Bueno, no importa, tranquilo, sólo es un culito.
Iván volteó a verlo con visible enojo y dijo:
— ¡Ese culito es lo mejor que está pasando en mi vida justo ahora!
— Bueno, bueno, ven, te invito algo de comer.
Entonces lo llevó a un puesto de comida callejera, unos tacos muy buenos que Saúl conocía. Había una televisión prendida con un video musical.
— ¿Quién es ese?– preguntó Iván.
— Bruno Mars– dijo Saúl.
Bebieron unas cervezas y decidieron despedirse e irse a casa. Iván nunca volvió a ver a Hilda ni Agnes, aunque les escribió, nunca contestaron.
Leave a Reply