A pesar de que hay evocaciones constantes al cambio en las sociedades contemporáneas, hay cosas que dichas sociedades no desean cambiar. Son cuestiones del lenguaje que se han instaurado profundamente en el habla a tal grado que pensar se hace en líneas específicas ya delimitadas. El sistema capitalista nos obliga a usar términos todo el tiempo y queramoslo o no, afectan como pensamos las cosas. Pensamos en efectos muy reales para nuestra existencia que vienen de nuestro sistema económico. Aquí a lo que me refiero es a la concepción del mundo como lugar de servicio y de consumo.
Si llevamos la lógica del sistema capitalista actual a sus últimas consecuencias parece que el humano ya no existe, son individuos que se excluyen mutuamente, viven aislados con interacciones optimizadas. Son individuos hipertrofiados y magnificados. No hay por defecto lugar para un desenvolvimiento orgánico de los seres, son individuos optimizados, con poco tiempo y con agenda llena, que van y vienen de un lugar a otro.
Esta perspectiva parece vaciar al mundo de significados. No hay lugar para crear vínculos, no se diga interpersonales, sino de significado. Dichos vínculos llevan tiempo y falta de control, libre esparcimiento, dos conceptos que parecen ajenos a nuestra realidad. No hay tiempo para crear vínculos y todo en el universo debe caer dentro de la esfera del control. El libre esparcimiento también suena a una quimera, un ser hecho de combinaciones antinaturales de diabólica procedencia, como podría pensar algún paranoico.
En un sentido, el mundo ha quedado vacío de improvisación, de libertad necesaria para crear conexiones espontáneas. No hay semilla que pueda echar raíces. Vivimos en la racionalidad del consumo. En ese sentido podríamos decir que el mundo no necesita amor al prójimo, pues ya tiene servicio al cliente. Este es el grado del cambio lingüístico del capitalismo contemporáneo.
Y es que la lógica del sistema es utilitaria en la que los fines más relevantes aplastan a otros posibles. Esta forma de ver las cosas no es ajena a la ciencia, se apoya en su visión determinista.
Parece que la visión objetiva del universo de causas y efectos vació el mundo de significados, nos dejó solo al absurdo de la existencia. Así también alejó al velo de Maya que envolvía a la naturaleza y le daba cierta aura mística a lo real.
¿Necesitamos el velo? ¿Acaso el humano necesita la naturaleza a un nivel existencial? Cuando se hace la pregunta se ve el control logrado por el hombre. El ser humano no podría crear la naturaleza como existe porque crearía un universo con demasiado sentido. El humano muchas veces es antagónico al accidente, a menos que sea controlado, mientras que lo natural parece ser todo accidente, sin una lógica de causas ni efectos.
¿Soy acaso anticuado o no es deseable un evangelio que predique el servicio al cliente? ¿No es adentrarse en la naturaleza una experiencia espiritual? ¿No afina así también el sentido estético? No creo que la lógica del mercado deba pasar encima de lo natural. El capitalismo debe aprender a respetar lo natural o vaciará a sus sujetos híperindividuales hasta desintegrarse.
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