Los mundos sutiles

Las películas y otros medios como el teatro no pueden, por su forma incluir más que un puñado selecto de imágenes concretas en una obra: las imágenes que se le presentarán al expectador. Es discreción del guionista y director decidir qué es lo que se va a presentar. Entonces es todo un arte poner en escena una película. Están involucradas las visiones particulares de mucha gente atrás. A pesar de posiblemente estar basada en otro medio, como una novela, la puesta en escena de una película tiene muchos detalles específicos a considerar: los fondos, los vestuarios, la utilería, y cada detalle de los mismos.

Así también en una obra de teatro, que puede estar basada en una historia y la obra en sí puede divergir mucho del material original. Pensemos en algún drama donde el autor toma hechos de la historia y los escenifica de una manera específica. El autor es en este caso el orquestador de las emociones ilícitas de los villanos de la historia.

Una cosa se mantiene constante, los Mefistófeles del mundo son antiquísimos así como sus métodos. Tomar sus vía es una tragedia asegurada. Toman acción siempre contra los que creen que pueden aplastar. Tuercen siempre lo que se dice a su beneficio. Al final, y en esto las historias no mienten, nos abandonarán y procurarán nuestra destrucción.

El punto aquí es que el autor usa la exageración como método recurrente. Este es un truco narrativo es lo que funciona en este medio, que depende de la puesta en escena. El autor sabe que no sirve una trama sutil. Tiene que haber hechos formales de la trama que pongan a los protagonistas y por ende a los espectadores en situaciones que les hagan sentir ciertas emociones específicas. Observe entonces que el autor es creador de una especie de laberinto o camino emocional creado de hechos formales. Muchas veces son hechos exagerados.

La puesta en escena es entonces un artificio, un truco, pues rara vez los hechos formales de la vida de un ser forman un laberinto marcado. Podríamos hacer un símil de la conciencia con un haz de luz que recorre un camino dado. La conciencia en un medio cinemático es una especie de luz en un circuito, análogo a un experimento con un láser, como se ve en la imagen.

DOI: 10.1103/PhysRevLett.118.030502

Si la conciencia es un haz de luz, la conciencia en el mundo no emula la formalidad del teatro o de las películas, porque no está encerrada en un camino marcado. La conciencia más bien parece inmersa en un mundo semitransparente en la que ella misma se refracta hasta el infinito. La conciencia crea un mundo sutil al crear esta refracción continua de si misma. Mi punto es que la conciencia necesita del sosiego de perderse en el infinito. Impedirle dicha fuga genera angustia.

Se puede generar una sensación de infinita refracción en la formalidad, simplemente se ponen dos espejos, uno en frente del otro y crea una reflexión infinita. Dicha reflexión no es una refracción como expresé antes. La formalidad trae otro tipo de bienestar. Le confiere a la conciencia de una noción de lo conocido y de recurrencia.

Mi tesis entonces es que la conciencia humana se ha ido encerrando, en lo que va del siglo XXI en universos formales, en circuitos de luz. Tenemos los medios audiovisuales y las redes sociales que encierran a la conciencia en patrones específicos. El mundo semitransparente se desprecia como anticuado. Sin embargo, la conciencia necesita la fuga de su refracción al infinito.

He escuchado que se habla que la sociedad contemporánea es una sociedad líquida, pues nada es estable. Yo sostengo lo contrario, cada vez es más rígida y formal. Se han erigido barreras de formalidad entre las conciencias humanas. El ser humano está rodeado de estímulos que pertenecen a la exageración. La conciencia humana ya no tiene una válvula de escape hacia lo infinito, se queda reflejándose.


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