Estructura del Absurdo

¿Quién entiende la vida? Cuando uno cree que ya se tiene todo delineado, llega un evento que puede cambiar la percepción completa. Esas son buenas y malas noticias: buenas porque las cosas siempre se mantienen interesantes, malas porque implica una eterna condición del estudiante, con el sentimiento limitante que ello implica. No creo que el esfuerzo por acceder a dicho entendimiento se fútil, tratar de entender la vida es esencial para vivirla de manera plena, parte constitutiva. En esta línea estoy en desacuerdo con los que afirman que la sabiduría es un concepto pasado de moda. ¡Más errados no pueden estar! Aunque, posiblemente no podamos remitirnos a un concepto metafísico de sabiduría, el hecho de usarlo como precepto y fin de una búsqueda ya tiene implicaciones benignas. Sin embargo, aquí mi posición es del más duro anti-comunitario, la búsqueda de la sabiduría es personal, es lo que busca uno con los propios conceptos y el propio lenguaje. Claro, uno debe aprender de sus maestros, incluso estudiar mano a mano con ellos, si es posible, pero la búsqueda en sí es propia. Es como hacer psicoanálisis y que haya varias personas opinando al respecto, claramente la experiencia estará contaminada.

Consideremos un concepto fundamental para entender la vida: el Absurdo según Albert Camus. Para Camus el sentir que lo que se hace no tiene sentido no es una condición novedosa del siglo XX, que surgiría a partir de la interacción con la burocracia, sino que siempre ha existido como parte fundacional de la existencia humana. Tan es así que se remite a un mito de la antigüedad griega: el mito de Sísifo, quien es condenado a subir una roca a una montaña, sólo para verla rodar abajo y volverla a subir, una y otra vez. Un esfuerzo sin sentido, sin meta, sin salida.

Dicha sensación es peligrosa porque pasar demasiado tiempo contemplando el vacío de sentido puede quitar la voluntad de vivir. Lidiar con esa sensación fundamental es todo un arte y es muy relevante para la civilización como una totalidad. Camus, sin embargo, trata el concepto como un monolito: una partícula fundamental. Si se hace un análisis desde el punto de vista estético, el absurdo tiene una estructura más interesante, que puede arrojar luz en el entendimiento de la vida, como experiencia humana, y ayudarnos en dilemas contemporáneos. Así pues, la mirada estética divide al absurdo en dos, como muestra la Figura 1.

Figura 1. Estructura del Absurdo.

R representa a lo ridículo, tema del que ya he tratado con anterioridad en este blog. Lo ridículo es aquello que causa risa, también podemos incluir lo que causa repulsión sin causar horror. Lo absurdo tiene algo de ridículo. Sin embargo hay otra parte elemental. S representa lo sublime. Lo sublime es para mí aquello que produce admiración y sensación de saturación estética. Lo absurdo así también tiene algo de sublime. Ahora bien, la Figura 1 es interesante no por dividir un concepto sino por la interacción entre R y S. Vemos que hay una flecha S–>R y otra R–>S.

La flecha S–>R es la función que marca el paso de lo sublime a lo ridículo. Es decir, cuando lo sublime indica o se refiere a lo ridículo. Esta primera función es quizá la noción usual de lo ridículo como una palabra despectiva. Posiblemente el origen de la palabra misma, por ejemplo, cuando se dice ¡No hagas eso, sería ridículo! Se ve que la función es coercitiva, viene desde un fin elevado a comandar a un mundo inferior. Por esta función se observa el aspecto corrector de la risa, como bien comenta Bergson. Es decir, lo ridículo aquí humilla desde lo sublime.

La flecha R–>S a lo mejor no es tan obvia a priori, pero se verá que no es exótica. Esta es la función que marca el paso de lo ridículo a lo sublime, cuando a partir de hechos ridículos se apunta a un fin de un ámbito superior. Aquí no existe una frase concreta que evidencíe esta función. Posiblemente lo más cercano sea la similitud con la palabra increíble: ¡Este pastel está ridículamente bueno! En el mundo del arte en el siglo XX fuimos testigos del uso de elementos ridículos para referirse a un fin sublime. El ejemplo más obvio es el del arte Dadá y una de sus obras más representativas, ‘Fuente’, que sale en la imagen.

Ejemplo de un “readymade” orinal firmado R. Mutt; ejemplo temprano de arte “Dadá”. Fotografía de Alfred Stieglitz. La imagen es de Wikipedia.

Un orinal como objeto de arte. Utiliza el contexto para expresar una especie de ridículo, cuyo fin último es sublime ¿verdad, Marcel Duchamp? Otro ejemplo se ve en el arte surrealista, en el cuadro de Magritte ‘La traición de las imágenes’.

‘La traición de las imágenes’ por René Magritte 1898-1967.

Aquí, haciendo uso de una afirmación risible llegamos a una contemplación filosófica, en la que vemos que los objetos dados no son simplemente objetos, sino que tienen una carga ideológica.

Una instancia de R–>S interesante se da en la representación escénica. Imaginemos a una persona hablando en la calle a los extraños. Supongamos que habla de cosas con sentido, digamos, cómo le fue en el día laboral en la oficina. Nos encontramos ante una instancia de lo ridículo. Sin embargo, supongamos que la misma persona en la misma situación deja lo que estaba hablando y declama poesía. Al decir poesía, claro está, me refiero a ‘buena poesía’, algo que hable al corazón. Deja entonces de ser una situación ridícula, se convierte en una experiencia sublime. ¿Cómo sucede este cambio explícitamente? Sigue siendo una pregunta a responder, que merece un análisis propio.

La función R–>S también nos puede ayudar a comprender la amistad. Más concretamente, como crear lazos amistosos. A mi entender la manera de entablar una amistad se da cuando al compartir parte del sinsentido y arbitrariedad de la existencia se puede después congeniar y apuntar al unísono hacia lo sublime. ¿Cómo hacer amigos sino compartiendo momentos de ridiculez? ¿Porqué será que es más fácil congeniar cuando se bebe alcohol sino porque nos desinhibe y da lugar al ridículo? Si no se es capaz de soportar la arbitraria existencia del otro, desde nuestros prejuicios, es decir, si no soportamos algo de lo ridículo de la existencia ajena, ¿cómo esperamos ser amigos algún día? Desde este mundo de ridiculez se puede apuntar hacia lo sublime. Se entra, por llamarlo de una forma, en un estado de ‘flujo empático’. Surge, como una ola chocando en una costa rocosa, en un momento estético preciso y delicado. Después de experimentar momentos de este estilo, si se comparte un fluir empático, es decir, en conjunto con el otro, ya se cruza el puente que separa las existencias y podemos ser amigos.

Es mi sentir que el humano del siglo XXI ha olvidado que existe la función R–>S, se enfoca demasiado en lo sublime S y lo ridículo como coercitivo, es decir en S–>R. Debemos retomar el gusto por lo ridículo, recordar que se puede disfrutar conocer al extraño. Lo sublime simplemente llega y se posa sobre nosotros, como una mariposa.


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