La realidad es un enredo. Es un nudo enorme de una gran soga. Desenredar sogas es todo un arte. Existe incluso una teoría matemática que estudian los nudos. Se llama literalmente teoría de nudos, que es un área de la topología. La topología a su vez es lo que queda de la geometría cuando la noción de distancia se elimina. Una canción que me gusta mucho y que usa esta alegoría se llama ‘Unravel’ por parte de la fabulosa Björk. Dejo aquí el video de Youtube
Así pues, en este blog me dedico a desenredar nudos. Recordemos que a Alejandro Magno se le presentó el nudo Gordiano, un nudo muy difícil de desenredar y que simplemente cortó la soga con su espada. Aquí en cambio somos más como su tutor, Aristóteles y somos tenaces, nos gusta desenrrollar el enredo y no simplemente cortarlo.
Yo considero que la cuestión de los géneros sexuales actualmente es un enredo. Se ha vuelto un lugar común hablar de feminismo. Si bien tiene bases filosóficas, ha tenido repercusiones prácticas ya que hay más mujeres que, digamos, los 60’s del siglo pasado en puestos laborales que ocupaban antiguamente hombres solamente. Las mujeres han ganado en el último siglo el derecho a votar, a entrar en las universidades y participar en la política en puestos importantes. Si bien no hay todavía cien por ciento de paridad, se ha avanzado bastante con respecto a la historia antigua.
Ahora bien, yo me considero un hombre feminista en el sentido que acepto los derechos obtenidos por las mujeres en el último siglo como una obviedad. Para las feministas militantes sin embargo, tener un derecho no es suficiente. Ellas no solamente quieren tener un derecho sino que desean cambiar las costumbres de la sociedad para que la paridad sexual sea total. Igual número de mujeres en la ciencia, cultura, política et cétera.
A priori, hablando en términos racionales, no debería haber mucho problema, sin embargo ¿Porqué no es obvia dicha igualdad y son necesarios mecanismos algo artificiales como las cuotas? Nunca, en la historia de la humanidad ha sido fácil cambiar las costumbres. Las mujeres, sin embargo han demostrado estar a la altura de la sociedad construida por el hombre.
Curiosamente, dentro del mismo feminismo se revela la dificultad de cambiar las costumbres. Por ejemplo, en la seducción, la costumbre indica que es el hombre quien debe llevar a cuestas el primer acercamiento formal con una mujer. Él debe llevar la carga de la conversación hasta que el hielo se rompa y ya puedan hablar sin tapujos. ¿No le brinda esta costumbre poder a las mujeres? Claro, es el hombre quien tiene que resistir el ridículo de entablar una relación nueva con una extraña. Las mujeres, incluso las feministas desean conservar ese poder sobre los hombres.
La costumbre de la sociedad patriarcal nos presenta una especie de contrato social. A cambio de evadir las durezas de la existencia, llevadas a cuesta por el hombre, la mujer deberá dedicarse a las partes más suaves de la vida, el hogar, los hijos, la familia. Estas partes podrán ser suaves pero son fundamentales en la existencia de los hombres. ¿Quién no disfruta de los buenos momentos familiares? ¿Quién, teniendo relaciones saludables, no ama a su familia? ¿Dónde se resguarda el hombre ante la dureza del mundo sino en su familia?
Sin embargo, la costumbre, por muy buena cara que nos de en un planteamiento abstracto, en la práctica conlleva ciertas bases ideológicas. El hombre olvida que es un contrato social y lo sustituye por una noción metafísica de una superioridad espiritual. Denigra entonces a la mujer a una especie de animal que hay que dominar o tierra que conquistar. Y aunque que este poder metafísico del hombre ha estado presente durante el desarrollo de la civilización, no por eso significa que sea fundamental.
Pero señores, la mujer ha despertado, ya no es simplemente tierra fértil, ahora es un ser humano.
Las críticas feministas a la ideología que pone al hombre en un plano espiritual superior suelen ser acertadas en observar que ese hecho es una construcción social, una arbitrariedad de la historia.
Sin embargo, aunque el feminismo parece acertar como crítica, es una ideología ingenua como discurso constructivo. Es decir, si al hombre se le va a negar una posición espiritual superior ¿Qué posición le toca? El hombre experimenta entonces una amenaza en su identidad, ya no es señor sobre la mujer. Ese es un problema para el hombre y por continuidad, para la humanidad. Porque, por más fuerte que sea la ideología feminista que se quiera imponer en la sociedad, el género masculino sigue siendo necesario. Sigue siendo un pilar de la sociedad.
Es entonces insensato socavar al género masculino ad infinitum, por razones prácticas. Además la crítica feminista lo presupone siempre como trasfondo cultural, aunque la misma crítica lo observe como constructo social, pasa de ser absoluto a relativo y viceversa. Es mi impresión que esta vía feminista es unilateral y sesgada.
¿Debe el hombre, prara evitar problemas quitarle los derechos ganados a las mujeres? ¡Por supuesto que no! ¡Recuerde que ahora son humanos! La solución es a mi parecer más complicada. El hombre, más concretamente la idea del hombre tiene que reinventarse.
Sin embargo, tampoco puede quedarse igual el género femenino. Un nuevo contrato social ha de llegar. La mujer debe recordar que el poder que demanda al hombre es a costa de que el hombre pierda soberanía. El hombre está en una posición traumática. El poder, me parece, debe ser compartido. Es necesario crear costumbres que reflejen la equidad de poderes y no simplemente deconstruir al hombre. Así pues, un feminismo realista necesita una perspectiva masculina.
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