Infinite Text

Si hay algo que queda después de leer La Broma Infinita (Infinite Jest) de David Foster Wallace es que el mundo que crea el escritor y que realmente no es muy diferente que el que existe ahora, era una locura. Ahora bien, lo experimental nos parece estrambótico cuando lo vemos y tal vez lo sea, pero si genera algo bueno, tan extravagante no puede ser. A mí, la novela me parece un estudio genial e hilarante de la situación existencial del ser humano frente a la industria del entretenimiento de la década de los 90 del siglo pasado. Dicho tema podrá sonar frívolo en una lectura superficial pero la novela en sí tiene ecos muy profundos. Empezando por el nombre, Infinite Jest, que viene de un soliloquio del Hamlet de Shakespeare en el que se pregunta por donde comienza y termina la vida. Yorick, el bufón es la vida en cuestión. También hay que tomarla como historia de ciencia ficción que era y lo que predijo: el entretenimiento por streaming y, como quiero hacer notar, WhatsApp (es la plataforma de textos por teléfono que utilizo y para cuestiones de este post englobará a todas las que existen).

Bueno, pues Foster Wallace va a predecir en 1996 que aunque en el futuro existirían las videollamadas en todos lados, la gente no las usaría, preferiría llamar sin ver al otro. ¿La razón? La frivolidad como norma general de la actitud de las personas. En vez de ver al otro, preferirán llamar mientras algo más hacen. Ahora bien, parece ser que Foster Wallace se quedó corto, porque ¿Quién llama ahora? Ni siquiera queremos escuchar la voz del otro. Queremos leerlo a lo más y eso si es digno de atención. Así pues, he ahí que WhatsApp por más práctico que sea, nos arroja a un mundo de frivolidad. Tuvo que venir una pandemia global, que encerrara a la humanidad en su casa para que las personas verdaderamente usaran las videollamadas. Es decir, para que usaran la tecnología de comunicaciones para un fin más elevado: hacernos más humanos.

El ridículo

También la comunicación en WhatsApp no es inmediata, los mensajes pueder ser meditados pues “no había visto el mensaje”. Con eso nos ahorramos el bochorno de hacer el ridículo cara a cara. Ésto sucede porque el ridículo, por su propia naturaleza es imprevisible. Por lo tanto, yo afirmo que el ridículo es una condición intrínseca del mundo. A lo mejor hago el ridículo al hacer afirmaciones que posiblemente alguien más ya haya hecho, pero… usted entenderá. No debemos huir del ridículo, aceptémoslo como parte de nuestra humanidad. Hago notar que el ridículo no es lo mismo que el absurdo de Camus. El absurdo le quita el sentido a las cosas, es parte del trabajo pesado, hace gris el mundo. El ridículo nos muestra un sinsentido pero a alguien le da risa, puede que no a nosotros, pero a alguien más seguramente. Tenemos la opción de que a nosotros mismos también nos de risa, que cree comunidad en lugar de destruirla.

La salida fácil sería una crítica sin ambages a comunicarse por dicho medio pero me niego a desechar a WhatsApp, tiene la virtud de que nos puede acercar quitando las barreras del espacio y del tiempo. También nos permite expresarnos por medio de imágenes prefabricadas y compartir memes, cosa que he encontrado muy gratificante últimamente. Nos da la oportunidad de ser nosotros los comediantes. Más allá de WhatsApp el internet nos permite expandir el mundo subjetivo humano de una manera antes no prevista.

Es en este sentido en el que le pido a usted lector, porfavor, no deje de usar WhatsApp. Es una fuente infinita de entretenimiento. Tiene una gran virtud, de ser una comunicación de dos vías, mientras que la televisión de una. Así pues, sí le exorto a que no vea la televisión (a menos que sea uno de los pocos buenos shows que hay), ya que parte de una centralidad a una periferia, éntre con ganas al mundo del diálogo. La periferia tiene mucho que decir.

Los disidentes de WhatsApp verán falta de altos propósitos, pero realmente cualquier medio puede servir para ilustrarse, el problema es la actitud que se tome. Hay que tener valentía, hay que atreverse a saber, pero seamos sinceros, todo suena mejor en latín, así que sapere aude. Y, por el amor de Dios, no nos enojemos porque alguien más se ilustre, no puedo pensar en una actitud más oscurantista.

La crítica de Foster Wallace

En La Broma Infinta los años tienen nombre de productos. Ya no se mide el tiempo con números sino con patrocinadores. Hay una crítica de su tiempo, sin embargo, es desesperanzada y cínica. No será la crítica optimista y totalmente comprometida de Henry David Thoreau en su Desobediencia Civil. Algo pasó en el intermedio que hizo perder el fuego a la crítica. Necesitamos a Thoreau de vuelta.

Dejemos empezar el siglo XXI

El siglo XX ha terminado, así pues debería renovarse el mundo. Dejemos morir el siglo en paz y por supuesto, con respeto. No olvidemos sus enseñanzas. Sin embargo, pienso que debemos mirar adelante, los problemas del futuro nos han alcanzado. El cambio climático para empezar, ya implica un reto mayúsculo por abordar. Debemos pensar y pensar bien, sistemáticamente cuando sea propicio y sin sistema cuando no lo amerite.


Posted

in

,

by

Tags:

Comments

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *